EL ARZOBISPO DE CALABOZO Y EL PRESBITERIO DE LA ARQUIDIÓCESIS, EN COMUNIÓN DE FE CON LOS DEMÁS MIEMBROS DE ESTA IGLESIA PARTICULAR
Reunidos en nuestra asamblea del Clero correspondiente a este mes de junio, y conscientes de la grave situación por la que atraviesa nuestro país, queremos dirigir algunas reflexiones, movidos por la Palabra de Dios, que nos alecciona sobre la importancia de considerar los signos de los tiempos (Mt 16, 4), fieles a nuestra condición de ciudadanos de esta Patria y a nuestra misión de pastores del Pueblo de Dios.
Desde el pasado mes de abril Venezuela ha sido sacudida por protestas, concentraciones y manifestaciones de todo género. Sin duda, estas acciones han alterado la tranquilidad del país, pero ellas no son la causa del desorden, sino la consecuencia de otros innumerables males que nos agobian: el hambre, la escasez, la falta de insumos y por ende la merma de la producción, la escasez de medicamentos, el mal estado de los hospitales y en general de los servicios públicos, problemas de vialidad y transporte, la desaforada violencia y criminalidad, la grave situación de los establecimientos penitenciarios. Súmase a ello el mal uso de los recursos públicos, el gran número de obras iniciadas y no terminadas a lo largo y ancho del país, y la ideologización de la educación.
Lamentamos profundamente que la represión de estas protestas, basadas en el justo derecho a manifestar que la Constitución vigente garantiza a los ciudadanos, haya sido desmedida y muchas veces cruel, vulnerando fundamentales derechos humanos, de tal manera que se cuentan por miles los heridos y por decenas los muertos, entre ellos muchos jóvenes estudiantes y personas inocentes. Muchos también se encuentran tras las rejas y muchas veces sometidos a tratos vejatorios.
Ciertamente los venezolanos anhelamos la paz. Ella es necesaria para el normal desenvolvimiento de la vida ciudadana y de las actividades ordinarias. Pero la paz no puede ser el precio de la libertad y de las esperanzas de los venezolanos. Quienes se han lanzado a la protesta no son paramilitares, ni activistas profesionales, sino personas comunes que prefieren poner su vida en peligro que soportar esta situación, de la cual muchos han querido escapar marchándose a otros países.
La crisis venezolana ha tenido resonancia internacional. Diversos organismos e instancias se han pronunciado sobre la necesidad de mantener las libertades y resolver el conflicto. Incluso la Santa Sede, convocada como ente facilitador, intervino a finales del año pasado con el sincero deseo de colaborar a la paz y reconciliación de Venezuela. La Santa Sede insistió en la necesidad de respetar la autonomía de la Asamblea Nacional, la liberación de los presos políticos, la apertura del canal humanitario para hacer llegar alimentos y medicinas, y de convocar a unas elecciones generales. Esta intervención ha costado a la Santa Sede una fuerte incomprensión de las partes en conflicto, y no se han ahorrado calificativos denigrantes contra el Santo Padre y sus representantes, lo cual no podemos menos que deplorar desde nuestra condición de fieles hijos de la Iglesia Católica. Renovamos nuestra adhesión al ministerio universal del Papa Francisco, que en repetidas ocasiones ha manifestado su preocupación y cercanía al pueblo venezolano.
El Ejecutivo nacional ha propuesto como su solución al actual conflicto la convocatoria de una Asamblea Constituyente que daría origen a una nueva Constitución. Nos adherimos a lo expresado por la Conferencia Episcopal Venezolana, en el sentido de que esta iniciativa no es la solución para los problemas del país (Exhortación del 17 de mayo de 2017, n° 3). Además, para validar esta iniciativa no ha sido convocado el pueblo, depositario originario del poder constituyente. Esta propuesta de Constituyente ha sido rechazada por amplios sectores de la población, por la Asamblea Nacional, e incluso por órganos del Poder Moral.
Somos pastores de una grey donde hay diferencias de pensamiento y de orientación política. Nuestra misión no es condenar o dividir, sino reconciliar, unir y perdonar. Deseamos exhortar a las autoridades a escuchar el clamor de toda la nación. No se puede imponer una voluntad política por la fuerza a la inmensa mayoría de la población.
A todos nuestros hermanos y conciudadanos los exhortamos a deponer los sentimientos de odio, la sed de venganza y la descalificación gratuita de los demás. Por todos los medios debe evitarse que este conflicto nacional degenere en una guerra civil, que sólo traería destrucción y luto para nuestro país.
El Señor Jesús nos ha recordado la eficacia de la oración, que alcanza cuanto pide con fe al Padre de la Misericordia (cfr. Mt 7, 7-12). También nos recordó nuestra obligación de acudir en ayuda del necesitado, en quien debemos verlo a Él (Cfr. Mt 25, 40). Por eso proponemos a las comunidades de nuestra Arquidiócesis la realización de actividades de oración, de estudio y de caridad que como fieles cristianos podemos llevar a cabo a nivel diocesano, arciprestal o parroquial: procesiones o peregrinaciones por la Paz, un día de oración cada mes en las sedes parroquiales; estudiar la Palabra de Dios y la Enseñanza de la Iglesia para escrutar cuál es la voluntad de Dios en estas circunstancias; potenciar las acciones de ayuda a las personas más necesitadas, como las ollas solidarias, las visitas a hospitales o a cárceles para llevar consuelo y ayuda material.
Pidamos a la Virgen Santísima, Nuestra Señora del Rosario, que interceda por nosotros en estos momentos tan difíciles. Ella, que vivió junto a su Hijo los misterios de dolor, nos ayude a recuperar la paz y la esperanza para reconstruir nuestra convivencia ciudadana y la prosperidad de nuestra Patria.
Dado en Calabozo, a 6 de junio de 2017.
+Mons. Manuel F. Díaz Sánchez
Arzobispo de Calabozo
En Unión del Presbiterio arquidiocesano
Prensa CEV
12 de junio de 2017