“Cuando estamos unidos, obra el consuelo de Dios. La Iglesia es la casa del consuelo: aquí Dios desea consolar”
Un canto a la sencillez de una Iglesia que se hace como un niño y se acerca para consolar. «Dichosa la Iglesia que no cede a los criterios del funcionalismo y de la eficiencia organizativa y no presta atención a su imagen» «Dios quiere cargar con nuestros pecados e inquietudes, él sabe enjugar nuestras lágrimas. Cada vez que nos mira se conmueve con un amor entrañable, porque más allá del mal que podamos hacer somos siempre sus hijos», Y es que «el consuelo que necesitamos, en medio de las vicisitudes turbulentas de la vida, es la presencia de Dios en el corazón. Porque su presencia en nosotros es la fuente del verdadero consuelo, que permanece, que libera del mal, que trae la paz y acrecienta la alegría». Por lo tanto, «si queremos ser consolados, tenemos que dejar que el Señor entre en nuestra vida«, y para ello hay que «abrirle la puerta y no dejarlo fuera». «Hay que tener siempre abiertas las puertas del consuelo porque Jesús quiere entrar por ahí por el Evangelio leído cada día y llevado siempre con nosotros, la oración silenciosa y de adoración, la Confesión y la Eucaristía», apuntó Francisco, quien advirtió contra la tentación de «cerrar la puerta del corazón«, y evitar que la luz llegue
«Entonces nos acostumbramos al pesimismo, a lo que no funciona bien, a las realidades que nunca cambiarán. Y terminamos por encerrarnos dentro de nosotros mismos en la tristeza, en los sótanos de la angustia, solos». Dios consuela en el corazón, pero también, señaló Francisco, «en la comunidad». «Cuando estamos unidos, cuando hay comunión entre nosotros obra el consuelo de Dios. En la Iglesia se encuentra consuelo, la Iglesia es la casa del consuelo: aquí Dios desea consolar».
Yo, que estoy en la Iglesia, ¿soy portador del consuelo de Dios? ¿Sé acoger al otro como huésped y consolar a quien veo cansado y desilusionado? El cristiano, incluso cuando padece aflicción y acoso, está siempre llamado a infundir esperanza a quien está resignado, a alentar a quien está desanimado, a llevar la luz de Jesús, el calor de su presencia y el alivio de su perdón».
Porque «recibir y llevar el consuelo de Dios: esta misión de la Iglesia es urgente». Más allá de otras cuitas, y al rieso de «fosilizarnos en lo que no funciona a nuestro alrededor». «No está bien que nos acostumbremos a un «microclima» eclesial cerrado, es bueno que compartamos horizontes de esperanza amplios y abiertos, viviendo el entusiasmo humilde de abrir las puertas y salir de nosotros mismos».
Para ello, es fundamental «ser como un niño». Porque «para acoger el amor de Dios es necesaria esta pequeñez del corazón: en efecto, sólo los pequeños pueden estar en brazos de su madre». «a Dios no se le conoce con elevados pensamientos y muchos estudios, sino con la pequeñez de un corazón humilde y confiado. Para ser grande ante el Altísimo no es necesario acumular honores y prestigios, bienes y éxitos terrenales, sino vaciarse de sí mismo. El niño es precisamente aquel que no tiene nada que dar y todo que recibir», Quien se hace pequeño como un niño -nos dice Jesús- «es el más grande en el reino de los cielos» (Mt 18,4) Quien se hace pequeño como un niño se hace pobre de sí mismo, pero rico de Dios.
Una realidad, la de la sencillez, que muestra constantemente el Evangelio, con los pocos panes y peces que se transforman, con el grano de mostaza, con las dos monedas de la viuda pobre o la humildad de María. «He aquí la sorprendente grandeza de Dios, un Dios lleno de sorpresas y que ama las sorpresas: nunca perdamos el deseo y la confianza en las sorpresas de Dios. Nos hará bien recordar que somos, siempre y ante todo, hijos suyos«.
«Dichosas las comunidades cristianas que viven esta genuina sencillez evangélica. Pobres de recursos, pero ricas de Dios. Dichosos los pastores que no se apuntan a la lógica del éxito mundano, sino que siguen la ley del amor: la acogida, la escucha y el servicio. Dichosa la Iglesia que no cede a los criterios del funcionalismo y de la eficiencia organizativa y no presta atención a su imagen», culminó Francisco, quien concluyó pidiendo «la gracia de un corazón sencillo, que cree y vive en la fuerza bondadosa del amor, pidamos vivir con la serena y total confianza en la misericordia de Dios».