DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO (14 de Junio)

Queridos hermanos:

El evangelista Marcos nos presenta el día de hoy dos parábolas del Reino de Dios que Jesús dirige a la multitud, la de la semilla sembrada en la tierra y la del grano mostaza, con las cuales nuestro Señor quiere dejarnos ver cómo se va abriendo paso el Reino de Dios en nuestras vidas.

Antes de detenerme en estas parábolas quiero partir de que el Reino de Dios es la Soberanía absoluta de Dios, es el Reinado de Dios. San Juan no ha dicho en su carta que “Dios es Amor” y no sabe hacer otra cosa que amar. De este modo, se puede entender que el Reino de Dios es el Reinado del Amor.

El viernes pasado celebrábamos este misterio de amor en la fiesta del sagrado corazón de Jesús. En Jesús se nos ha revelado cómo es este Dios – Amor, es un Dios que se entrega a sí mismo por puro amor a los hombres. Jesús crucificado es revelación de este amor y, al mismo tiempo, prueba realmente veras de que Dios nos ama.

Cuando en la oración del padre nuestro pedimos venga a nosotros tu Reino, lo que pedimos es que el Amor que es Dios sea la lógica interna de todo en este mundo, que nosotros y el mundo entero nos movamos según este Amor. Es pedirle al Padre que su amor sea una verdad en nosotros y en el mundo.

Teniendo en cuenta esto, las dos parábolas que nos presenta el evangelista Marcos nos revelan cómo se va haciendo presente este Reinado del Amor en este mundo y en nosotros:

“El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra una semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece…” Con estas palabras Marcos nos habla de lo que sucede debajo de la tierra, del misterio que se gesta en lo oculto, en lo más íntimo. Esto es que Dios mismo es el que siembra su Amor en nuestros corazones y es él mismo el que lo hace crecer en nosotros progresivamente, así nos lo recuerda el sacerdote antes de rezar el padre nuestro en la misa: “El amor de Dios está en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”.

El que podamos amar a la manera de Dios es obra de él mismo, es iniciativa suya porque él nos ha amado primero. Recordemos lo que nos ha dicho el profeta Oseas el viernes pasado en la fiesta del sagrado corazón: “Cuando Israel era niño, yo lo amé… Yo fui quien enseñó a andar a Efraín; yo, quien lo llevaba en brazos… Yo los atraía hacia mí con los lazos del cariño, con las cadenas del amor…” Queda claro que es Dios el que tiene la iniciativa y su amor en nuestros corazones es quien lo va transformando poco a poco. Es por ello, que si nos adentramos en este Dios – Amor, esto es que nos dejemos amar por él, este mismo amor nos va progresivamente llevando amar como él ama, hasta la entrega incondicional de sí mismo a los demás.

Por otro lado, nos dice Marcos: Que el Reino de Dios “es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que hasta los pájaros anidan a su sombra…” poniendo así de manifiesto que el amor de Dios sembrado por él mismo en nuestros corazones comienza siendo una cosa pequeña y está llamado a la madurez.

En efecto, el amor de Dios en nosotros está llamado a ser maduro, a crecer en plenitud. Esto es un amor capaz de generar un clima de vida a su alrededor, “hasta los pájaros anidaban a su sombra”. Si el amor de Dios en nosotros no genera este clima de vida, entonces, lo hemos dejado morir en nosotros y con ello lo que sembramos a nuestro alrededor es un clima de muerte. En la medida en que nos entregamos generamos vida y, por el contrario, en la medida en que nos preocupamos de nosotros mismos solamente, entonces, generamos muerte. El egoísmo, en todas sus formas siempre genera malestar, enferma y genera muerte.

Vivimos en un mundo enfermo por el egoísmo, que no nos permite ser hermanos y que a menudo nos hace enemigos o insensibles al otro que Dios ha puesto a nuestro lado. En este mundo los cristianos, somos portadores del amor de Dios, Dios lo ha sembrado en nosotros y nosotros estamos encargados, con su ayuda, de hacerlo crecer y así hacer presente en este mundo el Reinado del Amor que da vida.

Sigamos orando: “Venga a nosotros tu Reino”. Amén.

Padre John Bronw Figueroa Gómez