Cuando el 13 de marzo de 2013 el papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio) saludó a la multitud que le aguardaba en la plaza de San Pedro del Vaticano para recibir su primera bendición como sucesor de Benedicto XVI, el pontífice argentino bromeó sobre sus orígenes: “El deber del cónclave era de dar un obispo a Roma, parece que mis hermanos cardenales se han ido a buscarlo casi al final del mundo”.
Desde entonces el primer Papa latinoamericano ha remado hacia la renovación de la Iglesia Católica, no sin poca resistencia de sectores alérgicos a los cambios, como se notó durante elSínodo de la Familia que cierra este domingo. Con lenguaje sencillo, recurriendo muchas veces a la parábola como fuente para trasmitir sus mensajes, Francisco insiste en una Iglesia cercana, familiar, comprensiva, de perdón y, sobre todo, alegre.
32 meses después de la elección de Francisco, la Iglesia de Guayana celebró la ordenación episcopal del sacerdote y hoy monseñor Juan Carlos Bravo, este sábado, en una ceremonia realizada en el Gimnasio Hermanas González de Puerto Ordaz, casa del equipo de baloncesto profesional Gigantes de Guayana. El coso deportivo, a falta de la ansiada Catedral de Ciudad Guayana, ha servido de templo para dos consagraciones de obispos formados en las tierras guayanesas en los últimos tres años.
Juan Carlos Bravo, nombrado por el papa Francisco como nuevo obispo de la Diócesis de Acarigua-Araure, lo fueron a buscar también lejos: en Guasipati, donde ha pasado los últimos 12 años de servicio pastoral, al sur profundo del estado Bolívar, específicamente en el municipio Roscio.
Si bien el presbítero Bravo nació en la población de El Pilar (Sucre)el 2 noviembre de 1967 vino desde pequeño con su familia a San Félix. Fue en Guayana donde consolidó su vocación y ejerció el sacerdocio durante 22 años.
Ingresó en la Fraternidad de los Padres Operarios Diocesanos, donde realizó sus estudios de Filosofía; luego estudió Teología en el Seminario Santo Tomás de la Arquidiócesis de St. Paul, Minneapolis, EE UU. Y fue ordenado presbítero el 28 de noviembre de 1992 por la Diócesis de Ciudad Guayana.
“De Dios no podemos escondernos… Él nos saca hasta debajo de las piedras”, dijo Bravo en sus primeras palabras como nuevo miembro del Orden Episcopal venezolano, bromeando como Francisco de su origen.
“Él estaba feliz allá, se conectó con todos, con las comunidades indígenas, los jóvenes…es exigente pero muy cercano con la gente”, recuerda Marcos López, integrante de la selección de voleibol del estado Bolívar, quien vino junto a su familia y amigos a acompañar y despedir al mismo tiempo a monseñor Bravo antes que viaje al estado Portuguesa.
Un ex seminarista y amigo de Bravo desde su paso por la iglesia Virgen del Valle de Puerto Ordaz relató que el nuevo monseñor tardó una semana en digerir la noticia de su nombramiento. “Él tenía su vida hecha en Guasipati, le gustó mucho compartir con la gente pobre y humilde del sur del estado. Pasado el shock, comenzó a pensar en su nueva tarea. Así es él. Un entusiasta por naturaleza”, relató el hombre que dejó a medio andar su carrera en el seminario cuyos ojos brillaban de emoción este sábado cuando apreciaba la ordenación de su amigo.
Los conocidos del nuevo obispo veían con extrañeza sus atuendos (mitra, solideo, báculo), considerando el desapego característico por el protocolo. A decir verdad no se le percibió incómodo, actuó conforme al rito, se mostró siempre sonriente y al terminar la misa estrechó abrazos y saludos con los seres queridos y amistades labradas en 22 años de alegre sacerdocio.
Un grupo de indígenas del pueblo Pemón, radicados al sur de la entidad, le llevó entre otros regalos una botella de kachiri cuya bebida compartió con curas y feligreses al terminar la misa.
Un retiro enriquecedor
Sacerdotes contemporáneos del nuevo obispo y algunos muy críticos con la muchas veces excesiva y asfixiante carga burocrática que mina a la Iglesia Católica coinciden en resaltar las cualidades de pastor alegre de Bravo.
Todos recuerdan su trabajo encomiable en la elaboración del Plan de Renovación Espiritual de la Diócesis de Ciudad Guayana que lo llevó luego a asumir cargos importantes en la administración de la Diócesis de Ciudad Guayana, en la segunda mitad del mandato del hoy arzobispo de Maracaibo Ubaldo Santana, cuando estuvo a cargo de la Diócesis de Ciudad Guayana entre 1991 y 2000.
Bravo se desempeñó en este tiempo como vicario para la pastoral, administrador apostólico de Ciudad Guayana, párroco en la Parroquia Nuestra Señora del Valle (Puerto Ordaz) y la Parroquia Inmaculada Concepción (San Félix).
Con la marcha de Santana a Maracaibo, el padre Juan Carlos decidió jugar un perfil bajo y en este tiempo vino una decisión clave en su vida: marcharse lejos, a Guasipati, alejado de los vericuetos administrativos de la Iglesia para redescubrirse como sacerdote, conocer mejor las profundidades del ser humano y los designios de Dios a través del relato fresco y llano de los campesinos y gente humilde del golpeado sur del estado Bolívar.
Tocada la puerta y dicho el sí a la nueva tarea encomendada por Francisco, Juan Carlos Bravo pide a los fieles que oren por él y por las familias que ahora le corresponderá guiar en las tierras llaneras de Acarigua-Araure.
Monseñor Santana le dio un consejo a la usanza popular: “a comprar alpargatas que lo que viene es joropo”. El arzobispo de Maracaibo, con un regocijo inocultable, encabezó la ordenación episcopal de quien fuera uno de sus más cercanos colaboradores.
El nuncio apostólico en Venezuela, Aldo Giordano; el obispo de Ciudad Guayana, Mariano Parra Sandoval; el arzobispo de Ciudad Bolívar, Ulises Gutiérrez; el obispo auxiliar de Maracaibo, Ángel Caraballo, nativo de Puerto Ordaz; entre otros miembros de la Conferencia Episcopal de Venezuela, así como el clero guayacitano, acompañaron a Bravo en la fiesta religiosa, cargada de un simbolismo que resume los más de 2 mil años del catolicismo: luces y sombras de una institución vital para la comprensión del mundo actual.
Puede decirse sin aspavientos que Juan Carlos Bravo representa ese perfil que busca por todos lados el Papa argentino de sus sacerdotes, obispos y cardenales. Más que religiosos perfectos y observantes estrictos de la ley, Francisco grita a los cuatro vientos que la Iglesia y el mundo demanda hombres de fe que sean alegres, entusiastas y valientes.
Lo decía hace poco otro latinoamericano universal, el ganador del Premio Nobel de Literatura, el peruano Mario Vargas Llosa: “es muy importante llegar vivo hasta el final, no morirse en vida, es el espectáculo más triste que puede dar un ser humano, perder las ilusiones, convertirse en un ser pasivo”.
El obispo Juan Carlos Bravo se lleva a Portuguesa, además de la mitra (regalo de monseñor Santana), el anillo (fundido de los anillos de matrimonio de sus padres), el báculo (el que usó el primer obispo de Ciudad Guayana, Medardo Luzardo) y su escudo (en el que está representado un tepuy como símbolo de su ser guayacitano) la encomienda de acompañar, en las buenas y en las malas, a un pueblo bondadoso que hoy sufre pero sin abandonar la esperanza de un mejor porvenir.
La oración de monseñor Juan Carlos (Oración inspirada en una conversación que he tenido con un sabio, pobre y humilde campesino de los más alejados de mi pueblo) ¿Lo importante? ¡Lo importante! Que lo importante no sea el solideo y la mitra que llevaré en mi cabeza, sino quien ilumina mis pensamientos, mis decisiones y quien abre mi mente a mi conversión. Que lo importante no sea el báculo que llevaré en mi puño, sino de quien me sostengo en mi diario caminar. Que lo importante no sea el anillo que llevaré en mi dedo, sino quien me lleva de la mano y a quien llevo en las mías, Que lo importante no sea la cruz que llevaré en mi pecho, sino quien vive en mi corazón. Que lo importante no sea el hábito que pueda usar, sino quien me ha revestido con su amor. Que lo importante sea siempre Señor; conocerte, amarte y anunciarte con coraje, entusiasmo, alegría, misericordia, pasión y que mi forma de vestir, de vivir y de actuar nunca sea un escándalo para los pobres de mi pueblo, ni una confusión con los poderosos de este mundo. De la tentación de anunciarme a mí mismo, líbrame Señor. Importante. |