EVANGELIO DEL DÍA 9 NOVIEMBRE DE 2015.

JUAN 2,13-22: “Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.  Encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas, sentados detrás de sus mesas.  Hizo un látigo con cuerdas y los echó a todos fuera del Templo junto con las ovejas y bueyes; derribó las mesas de los cambistas y desparramó el dinero por el suelo. A los que vendían palomas les dijo: «Saquen eso de aquí y no conviertan la Casa de mi Padre en un mercado.»  Sus discípulos se acordaron de lo que dice la Escritura: «Me devora el celo por tu Casa.» Los judíos intervinieron: «¿Qué señal milagrosa nos muestras para justificar lo que haces?» Jesús respondió: «Destruyan este templo y yo lo reedificaré en tres días.» Ellos contestaron: «Han demorado ya cuarenta y seis años en la construcción de este templo, y ¿tú piensas reconstruirlo en tres días?»  En realidad, Jesús hablaba de ese Templo que es su cuerpo. Solamente cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron de que lo había dicho y creyeron tanto en la Escritura como en lo que Jesús dijo”.

Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo

Celebramos hoy la Consagración de la Basílica de Letrán, dedicada al Divino Salvador, y, más tarde, también a San Juan Bautista y a San Juan Evangelista, fue la primera Catedral del mundo. Considerada por mucho tiempo la Iglesia madre de Roma, en ella se realizaron las sesiones de cinco grandes Concilios ecuménicos.

Uniéndose hoy a la Iglesia de Roma, las iglesias del mundo entero le reconocen la “presidencia de la caridad”. Igual sucede en la fiesta de la Consagración de la iglesia catedral de cada diócesis, a la cual están unidas todas las iglesias y comunidades que de ella dependen. Las Iglesias-templos son señal de la presencia de Cristo vivo en medio nuestro.

La liturgia de hoy, nos presenta al Evangelio de Juan, capítulo 2, versículos Del 13 al 22, el cual hace un relato de  Jesús  en el templo de Jerusalén, con el látigo en mano, expulsando del templo a los vendedores de toros y ovejas,  derribando las mesas de los cambistas, diciendo: “No hagan de la casa de mi Padre un mercado!”.

Indignados los líderes judíos interpelan a Jesús: “¿Qué milagro-señal, haces para probar que tienes autoridad para actuar así?”. Jesús les respondió: “Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días” […] Después de la resurrección, los discípulos entendieron que Jesús hablaba del templo de su cuerpo y creyeron en las Escrituras…

Juan pone este hecho en al inicio del evangelio. Los otros evangelistas lo colocan en la última semana de actividades de Jesús. Pero todos quieren mostrar a Jesús como el nuevo Templo, y que su cuerpo resucitado sustituirá el templo de piedra, construido por manos humanas.

Este episodio muchas veces lo llaman de “purificación del templo” y está situado en la proximidad de la celebración de la Pascua de los judíos, cuando todo el pueblo venía a ofrecer sacrificios. Los líderes del Templo intensificaban el comercio de animales y el cambio de monedas. Es contra esa “comercialización” y abuso que Jesús se manifiesta.

En una referencia a la nueva Pascua cristiana, Jesús se presenta como el “nuevo templo”, el lugar donde Dios habita y se manifiesta al pueblo como señal de salvación y liberación: El poder de Dios lo ha de levantar con su gloriosa resurrección. Un templo no vale por su belleza. Vale cuando hacemos de él un lugar de oración y encuentro con Dios y con el  prójimo, en el amor traducido en solidaridad y servicio.