JUAN 6, 44-51: “En aquel tiempo Jesús dijo a los judíos: Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Serán todos enseñados por Dios, y es así como viene a mí toda persona que ha escuchado al Padre y ha recibido su enseñanza. Pues, por supuesto que nadie ha visto al Padre: sólo Aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre. En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Sus antepasados comieron el maná en el desierto, pero murieron: aquí tienen el pan que baja del cielo, para que lo coman y ya no mueran. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Continuando la reflexión sobre el “Pan de Vida”, hoy, nos confrontamos con los versículos del 44 al 51 del capítulo 6 de San Juan, donde, cada versículo destaca un pensamiento fundamental para la comprensión de todo discurso hasta llegar a la idea maestra de este texto: “El pan que yo daré es mi carne, entregada para la vida del mundo!”.
Jesús comienza diciendo que nadie va hacia El por decisión propia: “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo trae”. La invitación, e iniciativa parte del Padre. A nosotros nos toca aceptar y acoger la invitación o rechazarla. Quien la acoge, resucitara, quien la rechaza escoge su propia condenación.
Aceptar o acoger la invitación significa hacerse “discípulo” de Jesús. Aquel que escucha y aprende las enseñanzas del Padre, va a Cristo y lo sigue porque está escrito en los Profetas: “Todos serán enseñados por Dios”. Dios ofrece la misma oportunidad a todos. Quien la acepta, alcanzará la salvación que viene de Jesús.
“Nadie ha visto al Padre a no ser aquel que vino del Padre”. El pan del desierto, o maná, fue un alimento pasajero. Las personas que lo comieron y se alimentaron de él, encontraron fuerza para caminar. Quien come el Pan de Vida, que es Jesús, vivirá eternamente.
A continuación, dejamos atrás el discurso del Pan, y nos sumergimos en el contexto Eucarístico y el evangelista nos introduce en el misterio del sacrificio Pascual de Jesús: “En verdad, en verdad, os digo: quien cree en mí, tendrá la vida eterna”.
El tema de su presencia sacramental, fue comprendido por la comunidad sólo más tarde. Jesús habla de que dará su cuerpo en alimento… El primer momento es de rechazo y, por eso, muchos se preguntan: “¿Cómo podrá El, hacer eso?”. Y muchos que no pudieron comprender se alejaron y ya no querían seguir con El.
Recordemos las palabras de la consagración en cada misa: Tomando el pan en sus manos lo partió y se los dio a sus discípulos y comed, todos de él, este es mi cuerpo que será entregado por vosotros”. Hizo lo mismo con el cáliz y el vino: “Tomad y bebed todos de él. Este es el cáliz de mi sangre que será derramado por vosotros y por todos”.
En la Cena Pascual, Jesús anticipó y al mismo tiempo eternizó el sacrificio de su muerte en la cruz: “Hagan esto en memoria mía”. Cada día, al celebrar la Eucaristía, oímos decir y rezamos que somos felices porque estamos invitados a participar del “banquete de la vida”. Y es verdad que lo somos, porque el Cordero de Dios dio su vida para que tuviésemos vida en abundancia. Por eso gracias Señor, gracias.