LUCAS 19, 41-44: “En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y viendo la ciudad, lloró por ella, y dijo: «¡Si al menos en este día tú conocieras los caminos de la paz! Pero son cosas que tus ojos no pueden ver todavía. Vendrán días sobre ti en que tus enemigos te cercarán de trincheras, te atacarán y te oprimirán por todos los lados. Te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has reconocido el tiempo ni la visita de tu Dios.»
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo
Recordamos hoy la memoria de San Roque González y sus compañeros, Alfonso Rodríguez y Juan de Castillo, sacerdotes Jesuitas, mártires, que trabajaron mucho, en Paraguay y el Sur de Brasil, para aliviar el sufrimiento de nuestros indígenas, explotados por los colonizadores españoles, dieron por ellos la propia vida.
La liturgia nos propone el evangelio de Lucas, en el capítulo 19, versículos Del 41 al 44. Solamente San Lucas tiene este texto, donde él cuenta que Jesús al acercarse a Jerusalén, y ver la ciudad santa, Jesús llora con pena por ella y dice que será destruida por los enemigos. Esto sucedió en el año 70 d.C. cuando los romanos arrasaron la ciudad. Leamos el texto:
Jesús siente pena y llora al predecir la suerte de la ciudad santa. Sin ira ni venganza tiene presente las palabras del Salmista: “Tus siervos aman sus piedras, y se apiadan hasta de su polvo” (Sal 102,15). Llora con Jeremías: “Mis ojos se deshacen en lágrimas, día y noche, por la terrible desgracia de la capital de mi pueblo” (Jr. 14,17).
La profecía de Jesús tiene un tono más de lamento, de quien ama a su pueblo y lo ve perdiendo la oportunidad de reconocer la visita de Dios. Jerusalén, la “ciudad de la paz”, no reconoció al “príncipe de la paz”, aquel que vino a sellar la reconciliación definitiva de Dios con toda la humanidad.
En la Exhortación Apostólica La Alegría del Evangelio, muchas veces el Papa Francisco puntualiza los desafíos que cercan las culturas urbanas que van del secularismo a la violencia, y también la necesidad de un verdadero diálogo social para que la meta de una paz sólida pueda ser atendida. Dice textualmente:
“Es hora de saber cómo proyectar, una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de un consenso y de acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, y sin exclusiones!” (EG n. 239). No nos podemos cerrar ni resistir al proyecto salvífico de Dios, sin el riesgo de ser destruidos y aniquilados!