
Mateo 13, 47-53: “En aquel tiempo, Jesús les dijo: aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: una red que se ha echado al mar y que recoge peces de todas clases. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla, se sientan, escogen los peces buenos y los echan en canastos, y tiran los que no sirven. Así pasará al final de los tiempos: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los buenos, y los arrojarán al horno ardiente. Allí será el llorar y el rechinar de dientes.» Preguntó Jesús: « ¿Han entendido ustedes todas estas cosas?» Ellos le respondieron: «Sí.» Entonces Jesús dijo: «Está bien: cuando un maestro en religión ha sido instruido sobre el Reino de los Cielos, se parece a un padre de familia que siempre saca de sus armarios cosas nuevas y viejas.» Cuando Jesús terminó de decir estas parábolas, se fue de allí”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Hoy, tenemos la última parábola de la colección de siete parábolas, reunidas por Mateo en el capítulo 13 de su evangelio. Esta parábola tiene un sentido escatológico, esto significa, relacionado con el juicio final, con las últimas realidades.
“El Reino de los Cielos es semejante, a una red lanzada en el mar y que recoge muchos peces de todo tipo. Cuando está llena, los pescadores jalan la red para recoger los peces Buenos y ponerlos en una canasta, y los que no están Buenos los tiran. Así sucederá en el fin del mundo: los ángeles vendrán a separar los malos de los Buenos y lanzaran los malos en el fuego eterno… Y cuando Jesús termino de contar estas parábolas, se marchó”.
Las comunidades de los discípulos de Jesús, después de su muerte, crearon tradiciones que expresaban su comprensión de la revelación recibida por ellos de Jesús, y adaptándola con sus propias explicaciones, para el entendimiento de sus comunidades. Los evangelistas elaboran sus evangelios recolectando estas tradiciones, muchas veces, marcadas todavía, por la ideología del mesianismo davídico, con gloria y poder, actitudes descartadas por el mismo Jesús.
La parábola de hoy, exclusiva de Mateo, tiene un sentido escatológico, esto es, sugiere como sería el juicio final. La separación entre Buenos y malos, el cruel destino de los malos, quienes irán al fuego eterno, donde será el rugir de los dientes, y la salvación para los justos, que sería el pueblo elegido de Dios, expresa el modo de juzgar del dios del Antiguo Testamento.
Tal juicio se daría en el “día de Yahvé”, como exterminio de los enemigos del pueblo elegido, el cual, purificado, sería elevado a la gloria y poder sobre las demás naciones. Este dualismo entre malos y buenos es una herencia del Antiguo Testamento, y fue descartada y superada por Jesús.
La gran novedad de Jesús es la revelación del Dios del amor y misericordia. A ejemplo de Jesús, nosotros no estamos aquí para condenar al mundo, sino para encontrar el camino de la vida plena para todos, que ninguno se pierda. Rechazando toda discriminación y exclusión, estamos llamados a vivir el amor misericordioso que acoge y promueve la vida.
La misericordia de Dios es universal y perenne para con todos. Dios nos creó por amor, y, con amor, sustenta a su creación, atrayéndola a si, y glorificándola. Jesús, Dios encarnado, nos hace visible y tangible ese sentimiento de amor infinito, pidámosle al Espíritu Santo, que sea nuestro compañero de camino, en la caminata que es la vida, sembrando el amor y la paz en el mundo, revelado y sustentado por la Santísima Trinidad. Amen.
