
JUAN 3, 31- 36: “El que viene de arriba está por encima de todos. El que viene de la tierra pertenece a la tierra y sus palabras son terrenales. El que viene del Cielo, por más que dé testimonio de lo que allí ha visto y oído, nadie acepta su testimonio. Pero aceptar su testimonio es como reconocer que Dios es veraz. Aquel que Dios ha enviado habla las palabras de Dios, y Dios le da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todas las cosas en sus manos. El que cree en el Hijo vive de vida eterna, pero el que se niega a creer en el Hijo se queda con el Dios que condena: nunca conocerá la vida.»
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
La Iglesia celebra hoy, la fiesta en memoria de San Juan Bautista de La Salle, fundador de las Escuelas Cristianas. Y propone para nuestra reflexión, el texto de Juan, capítulo 3, versículos del 31 al 36, muy parecido a los versículos del 13 a 21 del mismo capítulo y sobre el que algunos expertos bíblicos, indican que se tratan de palabras de Juan Bautista. Con un comentario de difícil comprensión, se retoma el tema del diálogo con Nicodemo.
Veamos un poco el texto: “Aquel que vino de lo alto es más importante que todos, y quien viene de la tierra es de la tierra y habla cosas terrenas. Quien viene del cielo es más importante que todos. El habla de aquello que vio y oyó, pero nadie quiere aceptar su mensaje. Quien acepta su mensaje da prueba de que lo que Dios dice es verdad…”.
La fe en Jesucristo nos garantiza la vida eterna. El mismo Jesús afirma: “Esa es la voluntad del Padre que me envió: Que yo no pierda a ninguno de aquellos que él me dio, sino que yo los resucite en el último día. […] La voluntad de mi Padre es que todos los que ven al Hijo y crean en El, tengan la vida eterna” (cf. Jn 6,37-40).
De hecho, aquel que Dios envió habla de Dios, porque Dios le concede su Espíritu sin medida… Jesús da testimonio del Padre y su testimonio es el más importante porque Él, es el único que viene del Padre. Él vino para revelarnos el amor misericordioso y salvífico de Dios, para con su pueblo y todas sus criaturas.
Jesús comunica la palabra de Dios y trae la fuerza ilimitada de la propia vida divina: el Espíritu Santo. Jesús fue enviado al mundo por el Padre para ser imagen y revelación de Dios. Solamente Jesús y nadie más nos puede dar a conocer el Padre: “El Padre ha puesto todo en mis manos” (cf. Mt 11,27).
Hablar de Dios es evangelizar. Es proclamar su amor y las maravillas que ese amor realiza a partir de nuestro encuentro personal con Cristo y de nuestra adhesión total a Él. Eso nos lo recordó el papa Benedicto XVI en su Encíclica Dios es amor, escrita en el 2005.
Y nos dice el papa Francisco: “La salvación, que Dios nos ofrece, la obra de su misericordia. […] Envía su Espíritu a nuestros corazones, para hacernos sus hijos y nos capacita para responder con nuestra vida a su amor” (La Alegría del Evangelio, n. 112).
Que María, nuestra Madre, nos ensene a proclamar con claridad nuestra fe y anunciar al mundo la misericordia de Dios y que la gracia de Dios nos sustente en el amor a Cristo, para que podamos hacer siempre solamente aquello que es bueno y agrade a Dios. Amen
