Lucas 12, 13-21: “En aquel tiempo, uno de entre la gente pidió a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que me dé mi parte de la herencia.» Le contestó: «Amigo, ¿quién me ha nombrado juez o repartidor entre ustedes?» Después dijo a la gente: «Eviten con gran cuidado toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida.» A continuación les propuso este ejemplo: «Había un hombre rico, al que sus campos le habían producido mucho. Pensaba: ¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mis cosechas. Y se dijo: Haré lo siguiente: echaré abajo mis graneros y construiré otros más grandes; allí amontonaré todo mi trigo, todas mis reservas. Entonces yo conmigo hablaré: Alma mía, tienes aquí muchas cosas guardadas para muchos años; descansa, come, bebe, pásalo bien.» Pero Dios le dijo: «¡Pobre loco! Esta misma noche te reclaman tu alma. ¿Quién se quedará con lo que has preparado?» Esto vale para toda persona que amontona para sí misma, en vez de acumular para Dios”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Hoy hacemos memoria de San Ignacio de Antioquía. Él vivió en el siglo II, y fue el segundo obispo de Antioquía después de San Pedro. Detenido y encadenado, fue llevado a Roma, donde terminó sus días, aplastado por las bestias salvajes. Él dijo: «Tengo que ser molido por los dientes de las fieras para convertirse en un pan puro de Cristo.»
Y el texto del Evangelio de hoy es en Lucas, capítulo 12, versos 13 a 21 y trae una verdadera catequesis de Jesús en el uso de los bienes materiales: el dinero no trae la verdadera felicidad y no responde a las aspiraciones más profundas del hombre! Por lo contrario: La codicia de los bienes terrenos, causa muchos males, genera divisiones y peleas en la familia… ¿Cuántas peleas sólo para tener más; cuantos fraudes, injusticias y corrupción; quanta discriminación. Las personas no valen por lo que tienen. Los bienes materiales son como la espuma de jabón.
La lección de Jesús es una queja contra la codicia y la preocupación exagerada por los bienes terrenos. Por eso cuenta la parábola del rico insensato que construyó grandes graneros para almacenar la cosecha abundante pensando tener seguridad y vivir tranquilo… Jesús pregunta: ¿De qué sirve esto si esta noche le darás cuentas a Dios de tu vida? ¿Lo que has acumulado, de quién será? Vanidad de vanidades, todo es vanidad! Aquella noche murió y apareció con las manos vacías delante de Dios.
La verdadera fuente de la vida está en Dios y Él es el único fundamento seguro de nuestra existencia. La vida humana sólo adquiere valor cuando se vive en la caridad, el compartir, el amor y la solidaridad cristiana con los más pobres… Decía el Papa San Juan Pablo II en la Encíclica «Sollicitudo rei socialis» (n. 46): «Un desarrollo económico no está en condiciones de liberar al hombre. Al contrario termina esclavizando más. […] El proceso de desarrollo y libertad se concretiza en la práctica de la solidaridad, del amor y en el servicio al prójimo».
Recordemos: los bienes materiales son buenos cuando no generan divisiones, y si generan vida y comunión para todos. Pidamos pues que el amor de Cristo habite en nuestros corazones y que su gracia nos baste para ser felices. Que resucitados con Cristo, busquemos cada vez más las cosas de arriba y no las cosas de la Tierra. Que Él nos enseñe a buscar nuestra felicidad y seguridad solamente en Dios. Amen.