Mateo 8, 5-11: “En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, se le acercó un capitán de la guardia, suplicándole: «Señor, mi muchacho está en cama, totalmente paralizado, y sufre terriblemente.» Jesús le dijo: «Yo iré a sanarlo.» El capitán contestó: «Señor, ¿quién soy yo para que entres en mi casa? Di no más una palabra y mi sirviente sanará. Pues yo, que no soy más que un capitán, tengo soldados a mis órdenes, y cuando le digo a uno: Vete, él se va; y si le digo a otro: Ven, él viene; y si ordeno a mi sirviente: Haz tal cosa, él la hace.» Jesús se quedó admirado al oír esto, y dijo a los que le seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe. Yo se lo digo: vendrán muchos del oriente y del occidente para sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
La Iglesia universal celebra hoy la fiesta entre otros santos, en honor a San Francisco Javier. Este grandioso jesuita es el paradigma de todo misionero. Exhaló su último suspiro a escasos kilómetros de China: el país que soñó evangelizar. Es patrón universal de las misiones, de Oriente y de la Propagación de la Fe. Nació en el castillo de Javier, Navarra, España, el 7 de abril de 1506, y murió el 3 de diciembre de 1552, en Shangchuan, situado a 14 km. de la costa de China.
Gregorio XV lo canonizó el 12 de marzo de 1622. Benedicto XIV lo proclamó patrono de Oriente en 1748. Pío X en 1904 lo designó patrono de la Propagación de la Fe y patrón universal de las misiones.
Por su parte la liturgia diaria nos invita a meditar el Evangelio de Jesucristo según San Mateo capítulo 8, verso 5 al 11. Donde se narra el encuentro de JESÚS, con oficial romano y el cual le solicita la curación para uno de sus empleados y cuando el Maestro le manifiesta su disposición para ir a su casa a cumplir con lo que le estaba solicitando, el centurión le facilita la tarea, renunciando a su presencia física y confiándose plenamente a su sola Palabra. Así se consuma el milagro y da pie para que JESÚS le dé una enseñanza sobre la fe a todos los que estaban oyendo la expresión del centurión romano.
Un centurión romano militar, invasor, impuro, pecador, descubre la autoridad de JESÚS, sobre los males y dolencias que aquejan al pueblo. Por eso le pide al Maestro que sane a su criado, porque tiene autoridad sobre la enfermedad y la muerte que marginan y aniquilan la persona humana. JESÚS, alaba abiertamente la fe del pagano, en contraste con la fe de sus paisanos judíos.
Como puerta de entrada al tiempo del adviento que comenzamos ayer, visualizamos la multisecular esperanza que Dios anuncia a la humanidad desde Israel. Y es paradójico que todo lo que está anunciado en el Antiguo Testamento y que se hace realidad en la persona de JESÚS, el pueblo escogido no lo acepta, o no sabe interpretar correctamente el signo de los tiempos, y esa cerrazón hace que otros pueblos si lo acepten.
De esta manera los paganos venidos de oriente y de occidente, del norte y del sur, tienen entrada en el Reino de Dios, junto a las figuras ancestrales de Abraham, de Isaac y de Jacob, en quienes el antiguo Israel, condensó la más remota historia de sus orígenes, plasmando en ellas los propios genes existenciales de su ser y de su experiencia religiosa.
Está claro que el anuncio de la Buena Nueva está destinado en primer lugar al pueblo de Israel, pero este no acepta la propuesta salvífica de Dios. Su apego a la Ley, al Templo, a las tradiciones y a las instituciones le impide ver la novedad de la Buena Noticia. Los paganos por el contrario se van abriendo a la novedad de Reino. Y es que a los impuros y herejes, al no tener prejuicio sobre lo puro e impuro sino que se saben pecadores, escuchan con atención el mensaje de salvación y lo asumen como proyecto de vida.
Hoy como ayer sigue existiendo barreras que nos impiden acercarnos a la novedad del Reino. Porque es bien difícil ver más allá de las estructuras de la legalidad y de la tradición. La fe en este caso es la capacidad de poder ver la profundidad de la persona de JESÚS y aferrarse a Él como fuente de vida y esperanza.
Por eso hoy es el día para abrir nuestro corazón y nuestra mente, reconocer a JESÚS en medio de nuestra sociedad y preguntarnos: ¿Cómo estoy viviendo mi experiencia de fe? ¿Cómo he iniciado este tiempo de adviento, con esperanza o con derrotismo? ¿Me adhiero a las Buenas Nuevas de JESÚS o sigo atado a las estructuras del mal?
Señor JESÚS, te damos gracias porque Tú haces surgir gozo y esperanza donde menos lo esperamos. Danos el discernimiento necesario para poder entender bien Tú Palabra y adherirnos integralmente a Tú proyecto salvífico. Amen.