EVANGELIO DEL DÍA MARTES 12 DE DICIEMBRE DEL 2017

 

Lucas 1, 39-48: “En aquel tiempo, María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: « ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!» María dijo entonces: Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz”.

Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.

La Iglesia universal y especialmente la latinoamericana celebra la fiesta en honor a nuestra querida Madre María, bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe. El 12 de diciembre de 1531, San Juan Diego, el mexicano, es testigo de la más increíble y espectacular aparición de la Virgen María, en el nuevo mundo es decir en México, tierra del continente Americano.

Por su parte la liturgia diaria nos presenta al Evangelio de Lucas capítulo 1, versos 39 al 48. El texto relata la visita de la Virgen María a su prima Isabel. Un careo de oraciones y alabanzas entre dos grandes mujeres, protagonistas de la historia de salvación. Por un lado la Madre de nuestro Señor Jesucristo y por el otro la Madre del precursor Juan el Bautista.

La narración se inicia describiendo la disposición de María, para ir sin demora a un pueblo distante, a prestarle ayuda a su prima Isabel que había quedado embarazada a una edad avanzada por lo que necesitaba de una mano amiga que la auxiliara en los quehaceres de la casa y en los cuidados propios de una mujer en estado de gravidez. Lo que sigue son intercambios de saludos que como ya lo dijimos, son oraciones de alabanzas que han quedado para la posteridad en el seno de nuestras comunidades cristianas y que diariamente repetimos al orar con el Ave María y el Magníficat. Ambas mujeres están conscientes de su misión y se declaran humildes servidoras de Dios. Isabel le dice a María que es dichosa por haber creído en la Palabra del Señor, y María lo certifica al decir que “su alma proclama la grandeza del Señor y su espíritu se alegra en Dios su Salvador”.

Al confrontarnos con el texto, obtenemos las siguientes orientaciones: hay que ir al encuentro del necesitando sin estar  pendiente de los obstáculos, de las comodidades o “del que dirán”. Porque tal como lo dice constantemente el Papa Francisco debemos ser una Iglesia en salida, dispuesta constantemente para el servicio, a salir de nuestras zonas de confort para adentrarnos a los desafíos que impone los conglomerados humanos, tal como es la sociedad venezolana, donde no hay garantía de los derechos elementales del hombre.

La segunda orientación es la de sentirnos frágiles en nuestra propia humanidad pero fortalecidos espiritualmente por la presencia de Dios, en cada tarea que ha bien decidamos tomar. Es la humildad para hacer la voluntad de Dios, en la seguridad de que ÉL no quiere seres eunucos, que no piensen, sino que por el contrario, Él quiere seres capacitados que tengan la seguridad de actuar apegados a sus designios porque es lo mejor para nosotros y para todos los que nos rodean.

La tercera orientación es la invitación es sabernos redimidos, para dar gracias. Es decir sentirnos parte de los elegidos no porque no los merezcamos, sino por pura gracia, de nuestro Creador que quiere que todas sus creaturas tengamos parte en el banquete de la vida y por eso Él se ha encarnado en la humanidad.

Señor y Dios nuestro, Tu que ere un fiel y que siempre cumples Tus Palabras, y la mayor prueba de eso es el de haberte encarnado en un mundo lleno de injusticia, para transformarlo con  Tu Amor. No nos abandones y por la intersección de nuestra Señora de Guadalupe, permite que el pueblo de Venezuela se reencuentre con Tu equidad y Tu justicia.  Amen.