Juan 14, 27-31: “En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo. Saben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, pues el Padre es más grande que yo. Les he dicho estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan, ustedes crean. Ya no hablaré mucho más con ustedes, pues se está acercando el que gobierna este mundo. En mí no encontrará nada suyo, pero con esto sabrá el mundo que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha encomendado hacer. Ahora levántense y vayámonos de aquí.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
El Evangelio de hoy está tomado de Juan capítulo 14, versos 27-31. El texto destaca la relación íntima entre el Padre y el hijo. “El Padre es más grande que yo”: esto no contradice lo que Juan nos enseña respecto de la divinidad de Cristo a lo largo de su evangelio. Debemos leer estas palabras junto con lo dicho por Jesús en 5,18; 10,30; 16,15, para entender algo del misterio de Cristo, Dios verdadero (Rom 9,5; Ti 2,13; 1 Jn 5,20).
Ya en el siglo IV, el gran obispo y defensor de la fe, san Hilario, escribía: «El Padre es más grande por ser el que da, pero si da al Hijo su propio ser Único, el Hijo ya no es menos que el Padre.» Además, lo propio del Hijo es sacrificarse por amor al Padre, hasta que éste «le devuelva su gloria de antes» (17,5 y 6,62). Por eso los apóstoles, que lo vieron hombre entre los hombres en el tiempo de su humillación voluntaria, deben alegrarse de su partida.
El otro argumento presente en el texto es el de la paz que JESÚS concede a sus discípulos, el Shalom bíblico, un término que indica la totalidad de los dones de Dios: reconciliación, protección, seguridad, fecundidad, salud, bienestar. No se trata de un simple augurio de bien, ni indica una banal seguridad interior, ni tampoco es la paz que ofrece el mundo engañosamente.
Es la paz de los tiempos mesiánicos y de la plenitud de la alianza de Dios con los hombres, que ahora Jesús, el hijo de Dios, concede a los suyos. La paz de Jesús es fruto de la obediencia fiel a la voluntad del PADRE, una paz que se impone sobre la inquietud y el miedo.
Pidámosle encarecidamente a Dios Trino y Uno la gracia para poder disfrutar de su Shalom, y que en medio de todas estas calamidades por la que está atravesando nuestra sociedad venezolana, podamos encontrar sosiego y rumbo para el reencuentro ciudadano. Amen.