LUCAS 14, 15-24: “Al oír estas palabras, uno de los invitados le dijo: «Feliz el que tome parte en el banquete del Reino de Dios.» Jesús respondió: «Un hombre dio un gran banquete e invitó a mucha gente. A la hora de la comida envió a un sirviente a decir a los invitados: «Vengan, que ya está todo listo.» Pero todos por igual comenzaron a disculparse. El primero dijo: «Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo; te ruego que me disculpes.» Otro dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes.» Y otro dijo: «Acabo de casarme y por lo tanto no puedo ir.» Al regresar, el sirviente se lo contó a su patrón, que se enojó. Pero dijo al sirviente: «Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad y trae para acá a los pobres, a los inválidos, a los ciegos y a los cojos.» Volvió el sirviente y dijo: «Señor, se hizo lo que mandaste y todavía queda lugar.» El patrón entonces dijo al sirviente: «Vete por los caminos y por los límites de las propiedades y obliga a la gente a entrar hasta que se llene mi casa. En cuanto a esos señores que había invitado, yo les aseguro que ninguno de ellos probará mi banquete”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo
La Iglesia celebra hoy la memoria de San Martín de Porres, religioso dominico, nacido en Lima, Perú. Se dedicó a los trabajos más humildes, transformando su rudimentaria enfermaría en ‘centro de caridad’. Creó el primer colegio de América dedicado totalmente para niños pobres y de color. La liturgia de la Palabra ilumina la fiesta de este gran santo latinoamericano, invitándonos a confrontar nuestras vidas, con el evangelio de hoy que está en San Lucas, capítulo 14, versículos Del 15 al 24. Jesús, un sábado, después de haber comido en la casa de un líder fariseo, se vuelve centro de las atenciones de todos por sus enseñanzas y por las curaciones que realizaba.
Jesús termina sus enseñanzas con una parábola en la cual compara el Reino de Dios a una gran fiesta para la cual, todos los que habían sido invitados dieron una disculpa y no fueron. El dueño de la fiesta manda entonces a sus empleados a invitar a los pobres, cojos, ciegos y alejados hasta que la sala quede completamente llena…
Los fariseos y líderes religiosos entendieron que Jesús se refería a ellos y a todo el pueblo judío, los primeros en ser llamados por Dios a acoger al Mesías y la fiesta de la salvación, pero que rehusaron la invitación. Dios abre entonces su invitación a todos, judíos o no!
Para nosotros queda claro que la participación en el banquete del Reino no es mérito nuestro sino de Dios que nos llama. A nosotros nos toca la libertad de aceptar o rehusar la invitación… Si dependiera de Dios, queda claro que Dios nos quiere a todos participando de la fiesta de la salvación, pero requiere de nuestra respuesta libre.
Recuerda el Catecismo: “Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado primero a los hijos de Israel, este Reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones. Para tener acceso a Él, es preciso acoger la palabra de Jesús” (CIC n. 543).
Analizando las disculpas de los primeros invitados descubrimos que el Reino exige el desprendimiento de nuestros propios intereses personales, aunque sean legítimos y una adhesión incondicional a la voluntad de Dios. Y solamente los “pobres”, como los segundos invitados, tienen tal disposición que los hace aptos a aceptar el convite del Señor.
También debemos cuidarnos para que las preocupaciones de este mundo no nos lleven a decir “no” a La invitación de Dios. Por eso deberíamos pedir insistentemente: ¡Señor dame siempre la disposición y la humildad necesaria para aceptar tu voluntad, y poder hacerme parte de los invitados al banquete!