Juan 17, 1-11: “En aquel tiempo, Jesús elevó los ojos al cielo y exclamó: «Padre, ha llegado la hora: ¡glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria a ti! Tú le diste poder sobre todos los mortales, y quieres que comunique la vida eterna a todos aquellos que le encomendaste. Y ésta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesús, el Cristo. Yo te he glorificado en la tierra y he terminado la obra que me habías encomendado. Ahora, Padre, dame junto a ti la misma Gloria que tenía a tu lado antes que comenzara el mundo. He manifestado tu Nombre a los hombres: hablo de los que me diste, tomándolos del mundo. Eran tuyos, y tú me los diste y han guardado tu Palabra. Ahora reconocen que todo aquello que me has dado viene de ti. El mensaje que recibí se lo he entregado y ellos lo han recibido, y reconocen de verdad que yo he salido de ti y creen que tú me has enviado. [9] Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que son tuyos y que tú me diste -pues todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo mío-; yo ya he sido glorificado a través de ellos. Yo ya no estoy más en el mundo, pero ellos se quedan en el mundo, mientras yo vuelvo a ti. Padre Santo, guárdalos en ese Nombre tuyo que a mí me diste, para que sean uno como nosotros”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
En el santoral del día celebramos la fiesta en honor a Santa Juana de Arco, quien fue quemada injustamente por sus luchas en favor del pueblo francés. Fue Beatificada en 1908 y Canonizada en 1920.
El Evangelio de hoy está tomado de Juan capítulo 17, versos 1 al 11. El texto destaca, los que muchos expertos llaman la Oración sacerdotal, en la que Cristo, antes de morir, ofrece en sacrificio su propia vida; sacerdote y víctima a la vez. La palabra santificar tenía entonces dos usos: el sacerdote se santificaba, o sea, se preparaba para ser digno de ofrecer el sacrificio, y también santificaba (hacía santa) la víctima al sacrificarla.
Jesús ruega por los suyos y por todos los que se le juntarán viniendo de todas las naciones, para que sean el nuevo pueblo santo, o sea, consagrado a Dios en la verdad. Pues él va a derramar sobre ellos el Espíritu de la verdad que había sido prometido a Israel, y este Espíritu los instruirá interiormente. Guárdalos en tu Nombre (11), es decir, guárdalos en la irradiación de tu propia santidad, en la que abrazas a tu Hijo. Este es el momento en que Cristo ruega por su Iglesia, a la que encarga su propia misión. El deber principal de la Iglesia será conocer a Dios.
La palabra conocer es repetida varias veces, como prueba de que este conocimiento está en el centro de la oración de Jesús. Bien corto sería un cristianismo que sólo supiera decir: ¡Amor! ¡Amor! Sea cual fuere la situación de la Iglesia, su misión propia e irreemplazable será la de conservar y proclamar el verdadero conocimiento del Padre y el mandato de su Hijo, Jesús quiere también que cada uno de los suyos conozca a Dios. Esto exige interiorización de la palabra de Dios, oración perseverante, celebraciones comunitarias. Para eso tendremos la ayuda del Espíritu Santo, del que vienen los dones de conocimiento y de sabiduría (Col 1,9).
Del conocimiento brotan las obras y el amor; éste es el comienzo de la vida eterna, en que veremos a Dios tal como es (1 Jn 2,3).Cristo pidió que su Iglesia fuera una, es decir, que fuera señal de unidad en un mundo desunido. No basta con que se predique a Cristo: es necesario que todos vean en medio de ellos la Iglesia única y unida .Iglesia católica, es decir, universal, donde ninguno se sienta extraño. Iglesia unida, por un mismo espíritu y por la unión visible de sus miembros.
Por eso el ecumenismo, o sea, el esfuerzo de acercamiento y de reconciliación de todas las Iglesias cristianas, nos exige también que superemos las nuevas disensiones y que juntos busquemos conocer a Dios en la verdad. No hay otro camino para que se realice la unidad de los cristianos como Cristo la quiere, y por los medios que Él quiere. Demos gracias Dios, por revelarnos continuam3ente su Santo nombre único y verdadero: El Padre, y pidámosle fervientemente para que nos conceda el don de la unidad y del AMOR. Amen.
. Amen.