Mateo 5, 13-16: “En aquel tiempo, Jesús dijo: ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal deja de ser sal, ¿cómo podrá ser salada de nuevo? Ya no sirve para nada, por lo que se tira afuera y es pisoteada por la gente. Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte? Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
¿Tú sabes realmente para qué sirve la sal? ¿Sabes para qué sirve la luz? Es necesario saberlo, porque, en el evangelio de hoy Jesús comienza afirmando: “ustedes son la sal de la tierra” […] Ustedes son la luz del mundo!”. ¿Qué es lo que quiere decirnos?
Continuamos en el contexto del Sermón de la Montaña, que leemos en el Evangelio de Mateo, capítulo 5, versículos del 13 al 16. En el Antiguo Testamento, el fiel era luz porque caminaba en la gloria de su Señor y la manifestaba al mundo por sus obras. El cristiano es luz porque sigue a Cristo, la Luz del mundo. Y ¿cómo ser sal?
Todo el mundo sabe y piensa que la sal da gusto, da sabor. Pero además la sal tiene otras propiedades más importantes: ella purifica y conserva el alimento, especialmente. En la Biblia la sal es también símbolo de aquello que da vigor y fidelidad a la Alianza entre el hombre y Dios.
Cuando Jesús dice que somos “sal y luz”, está demostrando una enorme confianza en las personas, particularmente en los primeros discípulos. Ser sal y ser luz, es transmitir la alegría de la novedad del Evangelio. Y testimoniar el amor y la misericordia del Padre.
Cuando Jesús dice “ustedes son la sal de la tierra”, son la “luz del mundo” comparte con sus discípulos de todos los tiempos la misión y la responsabilidad de transmitir a todos el sabor de la novedad del Evangelio que mantiene vigoroso el sentido de la vida, de ser señal de Dios que ilumina y orienta al hombre para la salvación.
Jesús afirma que cuando la sal pierde su gusto, no sirve para nada, que una lámpara encendida no puede quedar escondida, sino que se debe colocar en lo alto del candelabro para que ilumine a todos. Y concluye: “Así debe brillar también vuestro testimonio para que las personas vean vuestras obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo”.
Todo cristiano bautizado está llamado a evangelizar y anunciar la misericordia y el amor de Dios, colaborando en la construcción de un pueblo de paz, de justicia y de fraternidad. Colaborar en la edificación de una Iglesia que sea señal fuerte e irradiante del Reino de Dios para todos los pueblos.
Dice el Papa en la exhortación “Alegría del Evangelio”: “En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de su vida, configurándose como ciudadanos responsables en el seno de un pueblo, no como masa arrastrada por las fuerzas dominantes. Recordemos que el ser ciudadano fiel es una virtud, y la participación en la vida política es una obligación moral” (LA Alegría del Evangelio, n. 220).
Toda acción misionera se suma a la acción de la Iglesia y tiene su valor e importancia en la construcción del Reino. Pidámosle a Dios la fuerza y el discernimiento necesario para entender esta hermosa y gran responsabilidad de ser luz y sal, para el mundo y así lograr los cambios tan urgentes y necesarios de la que urgida nuestra sociedad. Amen.