
Juan 12, 44-30: “Pero Jesús dijo claramente: «El que cree en mí no cree solamente en mí, sino en aquel que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no permanezca en tinieblas. Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo, porque yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. El que me rechaza y no recibe mi palabra ya tiene quien lo juzgue: la misma palabra que yo he hablado lo condenará el último día. Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre, al enviarme, me ha mandado lo que debo decir y cómo lo debo decir. Yo sé que su mandato es vida eterna, y yo entrego mi mensaje tal como me lo mandó el Padre.»
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Enmarcados en la celebración de la fiesta de San Juan de Ávila, quien fue un verdadero sacerdote apostólico, que se dedicó por entero a la reforma de la Iglesia, la liturgia nos presenta en esta lectura continuada al Evangelio según San Juan capítulo 12, versos 44-30, en el que el Evangelista hace un resumen del libro de las señales y nos coloca ante el alcance de la misión de Cristo.
Delante de la Palabra de JESÚS, cada hombre elige la vida o la muerte, por eso es que una disposición interna positiva es necesaria, ya que el que no recibe y acepta a Jesús como su Señor y Redentor permanece en la oscuridad, en cambio quien lo acepta como tal, conoce por experiencia que proviene de Dios Padre.
Creer en Jesús es realidad creer en el Padre que lo ha enviado, por lo que ver a Jesús es ver al PADRE que lo ha enviado. Es la paradoja de la fe. A Dios nadie lo ha visto nunca (Jn 1,18), pero la fe en Jesús nos permite ver a Dios, sin verlo, pero verlo realmente, como fuente de amor y de vida. La fe supone un ver más allá del ver físico de los ojos del cuerpo. Es el ver contemplativo que nace cuando nos dejamos iluminar por la Palabra de Jesús y somos liberados de las tinieblas de la incredulidad, que nos separa de Dios y no nos permite ver a Dios y nos priva de la vida verdadera, para entrar en goce definitivo de la vida eterna.
Por eso es muy necesario que cada comunidad cristiana por grande o pequeña que sea instrumente programas y encuentros para cuidar con esmero la formación de sus integrantes a fin de que cada hermano y de acuerdo a sus dones otorgado puedan ser partícipes de la luz de Cristo. Pidamos a Dios todopoderoso nos conceda los espacios y el tiempo necesario para poder profundizar en encuentro con Jesús-Palabra y con cada uno de nuestros hermanos que son relejo del amor de Dios. Amen.
