Juan 3, 13-17: “En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Sin embargo, nadie ha subido al Cielo sino sólo el que ha bajado del Cielo, el Hijo del Hombre. Recuerden la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto: así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, y entonces todo el que crea en él tendrá por Él vida eterna. ¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a Él”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
En la liturgia de hoy, tenemos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Esta celebración se produjo en el siglo IV, durante el reinado del emperador Constantino, con la devoción de su madre, Helena. El Evangelio del día es Juan, capítulo 3, versículos 13 al 17, con las palabras de Jesús concluyendo el dialogo con Nicodemo.
Jesús proclama: «Nadie ha subido al cielo sino aquel que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así será levantado el Hijo del Hombre, para que todo que crea en Él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo que en él crea no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él».
La cruz, a la cual Jesús fue llevado por los jefes de Israel, era el instrumento de tortura y muerte que los romanos aplicaban a los que eran considerados una amenaza para el orden existente del Imperio Romano. El sufrimiento y la muerte ignominiosa en lo alto de la cruz, tenía como objetivo intimidar a todos los ciudadanos con el fin de que no se rebelaran contra el orden establecido por el imperio. El crucificado era considerado un maldito.
La crucifixión de Jesús viene para invertir el sentido de la cruz. Jesús, fuente de amor y paz, es víctima de la cruz de los poderosos. La cruz de Jesús revela que los excluidos, marginados y condenado por la sociedad son, de hecho, las víctimas de la injusticia de los poderosos quienes ciegos y apegados a la riqueza, rechazan la vida.
Jesús nos libera de las estructuras opresoras creadas por el sistema de poder, de modo que, por nuestras acciones, se manifieste el Reino de los Cielos de una manera concreta, aquí en la tierra. Jesús es el don de Dios para comunicar la vida al mundo, no para condenar al mundo. Y quien cree en Jesús tiene vida eterna.
En Jesús la humanidad es exaltada por el don de la vida eterna en su encarnación, comunicando a todos su amor liberador, por lo que fue crucificado. Jesús es el don de Dios que completar la creación del hombre y de la mujer revistiéndolos de la divinidad y la eternidad.
Jesús, el Hijo del hombre, bajó del cielo, y elevado en la cruz es la expresión de la plenitud del amor humano, asumida por Dios y rechazado por los poderosos de este mundo. Jesús al manifestar el amor de Dios lo comunica a todos. Pidamos a nuestro hermano y Señor Jesús para que nos cubra con el manto de su Amor y podamos compartirlo con otro. Amen.