EVANGELIO DEL DÍA MIERCOLES 20 DE ABRIL DEL 2016

    JUAN 12, 44-50: “En aquel tiempo, Jesús dijo claramente: «El que cree en mí no cree solamente en mí, sino en aquel que me ha enviado.  Y el que me ve a mí ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no permanezca en tinieblas. Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo, porque yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo.  El que me rechaza y no recibe mi palabra ya tiene quien lo juzgue: la misma palabra que yo he hablado lo condenará el último día. Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre, al enviarme, me ha mandado lo que debo decir y cómo lo debo decir. Yo sé que su mandato es vida eterna, y yo entrego mi mensaje tal como me lo mandó el Padre”. 

Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.

La luz, en el lenguaje bíblico, es figura del día en relación a la noche, de la claridad de la fe en relación a las tinieblas del pecado. El mismo Mesías, Jesús, es muchas veces presentado como el “sol naciente que nos vino a visitar”: “El pueblo que andaba en las tinieblas vio una gran luz”.

En el evangelio de hoy, Jesús se presenta  como luz que vino al mundo, para que todo aquel que en él cree,  crea también en el Padre,  y todo aquel que lo ve, vea también al Padre y no permanezca en las tinieblas. Aquellos que creen, no quedaran en las tinieblas del pecado y no se condenaran.

Encontramos el evangelio de hoy en Juan, capítulo 12, versículos del 44 al 50. Es una pasaje que trata de la fe y de la incredulidad como resultado de la misión reveladora de Jesús por parte del Padre: Ver en la fe y por la fe al Hijo, es ver al Padre.

Este pasaje también marca la conclusión de la primera parte del evangelio de Juan, conocido como “Libro de las Señales” y que abarca los primeros 12 capítulos. Es una especie de resumen y de recapitulación de algunos temas… pero sin gran relevancia narrativa.

Jesús es la “Palabra del Padre”. Y delante de esa Palabra no podemos permanecer indiferentes. Es un desafío elegir estar con Jesús  o contra Jesús. La Palabra de Dios invita al hombre a hacer un juicio, al mismo tiempo en que es ella, la Palabra de Dios, que juzga al hombre, y no Jesús.

Bienaventurado es aquel que oye la Palabra de Dios y la pone en práctica, en cambio aquel que oye la Palabra y la rechaza, ese, rechaza a Jesús y no acoge su enseñanza, este será juzgado por la Palabra de Dios, y tal juicio será de condenación. Oír la Palabra de Dios lleva a la  conversión y a la santidad.

Cristo ilumina todo a aquel que se hace discípulo suyo. Y todos los bautizados, en Cristo, son llamados para convertirse en luz para el mundo y para los hermanos. Dice Jesús: “Vosotros sois la luz del mundo…” (Mt 5,14) y completa San Pablo: “En medio a una generación perversa, delante de la cual brilláis como estrellas en el mundo” (cf. El 2,15).

Al definir su objetivo y el Misterio de la Iglesia, afirma el Concilio: “Siendo Cristo la Luz de los Pueblos, este Sínodo desea iluminar a todos los hombres con la claridad de Cristo que resplandece en la faz de la Iglesia” (Lumen Gentium, n. 1).

“Que nuestra luz brille delante del mundo para que viendo nuestras buenas obras las personas glorifiquen al Padre que está en los cielos” (cf. Mt 5,16). Amen.