Lucas 4, 38-44: “En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga fue a casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta, y le rogaron por ella. Jesús se inclinó hacia ella, dio una orden a la fiebre y ésta desapareció. Ella se levantó al instante y se puso a atenderlos. Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversos males se los llevaban a Jesús y él los sanaba imponiéndoles las manos a cada uno. También salieron demonios de varias personas; ellos gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios», pero él los amenazaba y no les permitía decir que él era el Mesías, porque lo sabían. Jesús salió al amanecer y se fue a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando, y los que pudieron dar con él le insistían para que no se fuera de su pueblo. Pero Jesús les dijo: «Yo tengo que anunciar también a las otras ciudades la Buena Nueva del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado.» Salió, pues, a predicar por las sinagogas del país judío”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
El amor de Dios nos acompañó con cariño durante todo este mes de agosto y nos adentramos a vivir con muchas bendiciones, a partir de mañana, el último trimestre del año 2016. El evangelio de hoy, lo encontramos en San Lucas, capítulo 4, versículos 38 al 44. Saliendo de la sinagoga, en un día de sábado, después de haber expulsado el espíritu impuro de un hombre que allí se encontraba, Jesús entra en la casa de Simón, que Jesús llamará Pedro. Estando la suegra de Simón con mucha fiebre, pidieron a Jesús por ella. Jesús, se inclinó sobre ella, reprendió severamente la fiebre, y la fiebre la dejó. La suegra de Simón, inmediatamente, se levantó y se puso a servirlos.
Es muy significativa la frase inicial de esta narración de Lucas: “Saliendo de la sinagoga, entró en casa de Simón”. Esto significa que con Jesús, la sinagoga es descartada y la “casa” pasa a ser el espacio de articulación de las nuevas comunidades. San Lucas, a continuación, narra que al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos, aquejados de diversos males los Traían a Jesús, el cual, imponiendo las manos sobre cada uno, los sanaba.
Sanando la fiebre a la suegra de Simón, Jesús rescata la presencia femenina, tradicionalmente excluida por la cultura y por la Ley. Liberada de esta fiebre, ella pasa a asumir la tarea esencial en la comunidad, que es el servicio, y que debe ser asumido por todos. En la tradición de Israel, al “ponerse el sol” termina el sábado, comenzando el primer día de la semana. El pueblo, libre de la observancia sabática que prohibía largas caminadas, recurre a Jesús transportando diversos tipos de enfermos. Y Jesús los curaba.
El servicio a la vida, característico de la novedad de Jesús, suprime el legalismo que mata. Los excluidos, sin condiciones saludables de vida, son tomados por las enfermedades, incluso por las dolencias mentales, y aún más, los que son poseídos y subyugados por el demonio de la ideología de los poderosos.
Los males de la vida, dolencias y desgracias, eran atribuidos a los demonios. Con todo, enfermedades y malos espíritus eran resultado de las precarias condiciones de vida de las multitudes, en consecuencia de la injusticia en vigor. Jesús, acogiendo, valorizando, y promoviendo las personas, liberadas de su exclusión y sus carencias.
Liberándonos de todos los males, Jesús nos llama para el servicio, en el amor. Pidamos a Dios para que nuestros corazones puedan ahora cantar alegres y agradecido por todos los favores que recibimos, y entusiasta podamos compartirlos con todos nuestros semejantes. Amen.