Juan 2, 1-11: “Tres días más tarde se celebraba una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. También fue invitado Jesús a la boda con sus discípulos. Sucedió que se terminó el vino preparado para la boda, y se quedaron sin vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino.» Jesús le respondió: «Mujer, ¿por qué te metes en mis asuntos? Aún no ha llegado mi hora.» Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan lo que él les diga.» Había allí seis recipientes de piedra, de los que usan los judíos para sus purificaciones, de unos cien litros de capacidad cada uno. Jesús dijo: «Llenen de agua esos recipientes.» Y los llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, les dijo, y llévenle al mayordomo.» Y ellos se lo llevaron. Después de probar el agua convertida en vino, el mayordomo llamó al novio, pues no sabía de dónde provenía, a pesar de que lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Y le dijo: «Todo el mundo sirve al principio el vino mejor, y cuando ya todos han bebido bastante, les dan el de menos calidad; pero tú has dejado el mejor vino para el final.» Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Que la ternura y el amor materno de María nos acoja en este día en que celebramos a Nuestra Señora del Pilar quien de acuerdo con la tradición cristiana se le apareció a Santiago el Mayor en Zaragoza en carne mortal antes de su Asunción y como testimonio de su visita habría dejado la marca de su visita una columna de jaspe conocida popularmente como el Pilar.
La liturgia de hoy nos propone el Evangelio de las bodas de Caná, el comienzo del ministerio público de Jesús, donde su madre, María, jugará un papel importante al interceder por la pareja “que no tenían más vino.» Todos sabemos que el texto y el milagro, es narrado por Juan, capítulo 2, versículos del 1 al 11.
En la fidelidad a su misión, María es presentada con sus principales títulos: Madre de la Merced (Aparecida); Madre de la Esperanza y de la Vida (Mediadora); Madre de los pobres y excluidos (Virgen del Rosario); Señora y auxilio de la Iglesia (Nuestra Señora del Perpetuo Socorro)… Y así sucesivamente…
Cuando leemos del libro de Ester (5.1-2, 7.2 a 3), la reina le pregunta al rey por la vida de su pueblo. En el Evangelio, la Madre con el Hijo intercede por la pareja de jóvenes que no tienen más vino. En los Santuarios marianos el pueblo va como multitud se apresura a decirle a la madre su sufrimiento…
Es una experiencia de fe, ir a los santuarios marianos y percibir los ojos y las manos de muchos hombres y mujeres, de todos los colores, razas y clases sociales elevados para el rostro acogedor de la madre y las manos confiadas de que ella pedirá al Hijo las gracias que tanto necesitamos. Después de todo, es la Casa de la Madre.
Tal vez la mejor definición de la fe es exactamente esto, dada por San Pablo: «La fe es una manera de tener ya lo que todavía se espera. La convicción acerca de las cosas que no se ven «(Hb 11,1). «María, es la madre, santa de Nazaret o del Pilar. A veces es blanca, a veces negra, a veces India, del color de nuestro pueblo. Es la mujer de muchos nombres y muchas caras. Así eres tú, María. […] Bendita seas María, Madre de la Iglesia! »
Que María interceda por nosotros y por todo el pueblo latinoamericano para que podamos «Hacer lo que Él nos dice.» Y con el apoyo de nuestra querida madre María, podamos servir a nuestros hermanos revelando el rostro misericordioso del Padre. Amen.