EVANGELIO DEL DÍA VIERNES 18 DE MARZO DEL 2016

               JUAN 10, 31-42:”En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos tomaron de nuevo piedras para tirárselas. Jesús les dijo: «He hecho delante de ustedes muchas obras hermosas que procedían del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?» Los judíos respondieron: «No te apedreamos por algo hermoso que hayas hecho, sino por insultar a Dios; porque tú, siendo hombre, te haces Dios.»  Jesús les contestó: « ¿No está escrito en la Ley de ustedes: Yo he dicho que son dioses? No se puede cambiar la Escritura, y en ese lugar llama dioses a los que recibieron esta palabra de Dios. Y yo, que fui consagrado y enviado al mundo por el Padre, ¿estaría insultando a Dios al decir que soy el Hijo de Dios? Si yo no hago las obras del Padre, no me crean.  Pero si las hago, si no me creen a mí, crean a esas obras, para que sepan y reconozcan que el Padre está en mí y yo en el Padre.» Otra vez quisieron llevarlo preso, pero Jesús se les escapó de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba al principio, y se quedó allí.  Mucha gente acudió a él, y decían: «Juan no hizo ninguna señal milagrosa, pero todo lo que dijo de éste era verdad.» Y muchos creyeron en Él en ese lugar”.

Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.

 Desde los primeros siglos de la Iglesia, los fieles se han fijado en los dolores que padeció María, junto a la cruz. En el siglo VII, se empieza a hablar de “la compasión de María”. En el siglo XII, se inicia el culto “a los cincos dolores de María”, que más tarde se extenderían a siete. En el siglo XVII se introduce en el calendario la fiesta de la Virgen de los Dolores, fiesta que conmemoramos hoy.

Concluyendo este tiempo de Cuaresma que antecede a Semana Santa, la liturgia nos presenta el evangelio de Juan, capítulo 10, versículos del 31 al 42, con el relato del último conflicto de Jesús con los judíos en Jerusalén.

Cuestionado por los judíos, Jesús reafirma su origen divino: “Yo y el Padre somos uno”.  Los judíos, otra vez, agarran piedras para matar a Jesús pero El, les dice: “Yo he realizado innumerables obras buenas. ¿Por cuál de ellas quieren lapidarme?”. Los judíos le responden: “No te lapidamos por causa de una buena obra, sino por blasfemia, porque, siendo hombre, te haces como Dios”.

Jesús, entonces dice: “Si yo hago las obras de mi Padre, así ustedes no crean en mí, crean en las obras, a fin de reconocer que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Jesús reveló las buenas obras del Padre con su amor y su misericordia, con el don de su vida, a lo largo de sus años, para liberar a los oprimidos y excluidos.

La vida de Jesús, desde su nacimiento, es el gran don precioso de Dios a la humanidad, elevándola a la participación de su misma vida divina. En esta Semana Santa, que iniciará el próximo domingo de Ramos, pidamos que al meditar la pasión de Jesús, podamos comprender mejor como el sufrimiento impuesto a los pobres y excluidos es resultado de la ambición de los poderosos de este mundo.

La Cuaresma nos recuerda que Jesús viene a orientarnos en el camino de la vida, rechazando los caminos de la muerte. Estamos llamados a cuestionar y transformar las estructuras que causan y legitiman la exclusión social, política, económica, ambiental, racial, y étnica.

La pobreza, que es el resultado de las estructuras socioeconómicas en que vivimos, en las cuales predomina la ambición del dinero, es un camino de muerte. Si tenemos en vista la integridad y el futuro de nuestra “Casa Común”, en este mundo en que vivimos, es necesario luchar por la justicia social y ambiental, teniendo claro que debemos rescatar la vida y la dignidad humana, principalmente de los pequeños y empobrecidos.

En Jesús tenemos la confirmación de que el amor es más fuerte que la muerte. Y Jesús nos invita a “escoger la vida”. La Iglesia llama a la comunión con Jesús de Nazaret y con los oprimidos a quienes el Padre quiere comunicarles su vida plena.

Pidamos que por intersección de nuestra Madre María, bajo la advocación de la Virgen de los Dolores, podamos sentir como nuestros los padecimientos de nuestros semejantes y podamos vivir a plenitud la comunión con Dios Trino y Uno. Amen.