
Mateo 22, 34-40: “En aquel tiempo, cuando los fariseos supieron que Jesús había hecho callar a los saduceos, se juntaron en torno a él. Uno de ellos, que era maestro de la Ley, trató de ponerlo a prueba con esta pregunta: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?». Jesús le dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran mandamiento, el primero. Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos.»
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Dentro de este mes celebramos muchos santos fundadores de Órdenes y Congregaciones. Hoy la Iglesia recuerda a San Juan Eudes, sacerdote, fundador de la Congregación Jesús y María o Eudistas, dedicada especialmente a la dirección espiritual de los seminarios y las misiones populares.
En el evangelio de hoy, San Mateo capítulo 22, versículos 34 al 40, los fariseos oyeron decir que Jesús había hecho callar a los saduceos. Entonces se reunieron alrededor de Él, y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?”
Él le dijo: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser!” Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a tí mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los profetas”.
Las enseñanzas de Jesús son bien prácticas y sin mucha complicación. Ante un universo de leyes para ser observadas y, así, heredar la vida eterna, Jesús ayuda a su comunidad a enfocar en lo esencial: El amor a Dios y al prójimo.
Es la dimensión vertical y horizontal del amor. En la verticalidad el amor a Dios como lo máximo de nuestra fe y de nuestra comunión con el Creador, fuente del puro amor; en la horizontalidad, el desafío de hacer visible el amor a Dios en el amor a los hermanos. Amar a Dios debe comprometer a cada creyente a amarse unos a otros; así el amor a Dios no se vuelve estéril. Sino, que por el contrario, dará frutos verdaderos de fraternidad y comunión.
Aquél que se desapega de las cosas del mundo puede poseer a Dios en su plenitud, y recibe el Cielo como herencia. Por consiguiente debemos preguntarnos hoy ¿Cómo vivo el amor a Dios y al prójimo? Y que Dios derrame sobre todos nosotros, sus mejores bendiciones, para que todas nuestras acciones puedan contribuir para el crecimiento del Reino de Paz y de Amor en toda la tierra. Amen.
