“Apenas a los 15 años, ya había perdido dos hermanos por balas. Me daba mucha rabia. Llegué e pensar que Dios no existía” Así empezó su conversación. No recuerdo su nombre, ¿Gabriel? ¿Joneiker? Lo olvidé, pero recuerdo su rostro y su historia. Tiene 16 años, estudia en un liceo público, vive en una comunidad popular de San Félix, con fama bien ganada de ser muy violenta. Desde el año pasado es del grupo de jóvenes recreadores formados por las Madres Promotoras de Paz de su barrio. “Si, mucha rabia – repite -, ¿por qué matar a mi hermano? Para robarlo. El no hacía nada malo. Entonces la señora Del Valle me invitó al plan vacacional y entré, entonces me di cuenta que la muerte no era cosa de Dios, y que yo podía yo hacer algo para que otros jóvenes vivieran. .Ahora soy de los recreadores y ayudo”, me siguió contando, su rostro reflejaba alegría. Sigue viviendo en su barrio, sus hermanos no volverán, pero para mí él es expresión del Cristo Resucitado.
No está fácil encontrar a Dios en estos tiempos. Los venezolanos comunes estamos llenos de impotencia y rabia, mucha rabia, rabia a veces de la buena y a veces de la mala, porque no me vengan decir ustedes que los linchamientos son “rabia sana”. Acuérdense que seguimos con el “ojo por ojo” todos terminaremos ciegos. Hay otra rabia, la sana, la necesaria para actuar: nos tiene que dar rabia hacer cola por un rollo de papel sanitario, un kilo de harina para las arepas, detergente; nos tiene que dar rabia cada apagón por falta de previsión – dejen de echarle la culpa al Niño -; nos tiene que dar rabia las explicaciones que ofenden nuestra inteligencia; nos tiene que dar rabia cada vez que sabemos de un niño que ha muerto por falta de medicamento; tenemos que sentir rabia por la gente que hoy no comerá –créanme, hay gente pasando hambre en este país-.Sentir rabia sana hoy en Venezuela es decir que estamos vivos.
Pero resulta que en medio dela oscuridad las estrellas brillan más. ¡Cuánto agradecemos una linternita cuando viene el apagón! Pues hay que tener una mirada especial para estos tiempos venezolanos, hay que ser “místicos de ojos abiertos”. Y como nos dice Benjamín González Buelta SJ, “El Hijo (Jesús) mira la realidad desde la sensibilidad de su corazón unido al Padre. Por eso ve lo que hace el Padre. Por eso ve la vida y la salud donde la mirada común sólo ve enfermedad, miseria y muerte” (González Buelta, 2006). Eso no significa que uno viva de “ilusiones”, ¡para nada! Lo que significa es que uno puede ver más allá, que uno puede ver semillas que animan, hechos que hablan de la presencia de Dios, aunque sea en un rayito de luz.
Yo, confieso, que hoy en Venezuela veo a Dios en esas madres, capaces de sacar valentía para defender a sus hijos e hijas amenazados por los violentos del entorno, cada día con menos contención por parte del Estado; por supuesto también lo veo en Madres Promotoras de Paz, como Del Valle o Maritza, maestra jubilada y jubilosa, que con perseverancia y paciencia asombrosa, insiste en apoyar a escuelas públicas para que vean que la paz escolar es posible; lo veo en los defensores de los DDHH – de niños, de adultos, de privados de libertad – que ven cerrada una puerta y siguen tocando otras, y hasta inventan puertas; lo veo en esas familias anónimas, que se hacen cargo de otras familias que están pasando hambre y no lo dicen ni siquiera en 140caracteres; lo veo en los médicos que trabajan en hospitales públicos, y a pesar del riesgo que corren, no renuncian; lo veo en periodistas a los que les han robado el papel, en esos que saben qué significa defender el derecho a informar – que no es un delito ,por cierto -; lo veo en intelectuales, académicos, que bien pudieran vivir cómodamente y se empeñan en buscar soluciones macros a nuestros grandes problemas; lo veo en los responsables de Entidades de Atención que resisten y siguen con sus casas abiertas; lo veo en los niños que juegan a los apagones, nos hacen reír con sus ocurrencias y esperan que nosotros, los padres y abuelos, arreglemos las cosas para ellos…
Nadie ha dicho que construir la esperanza sea cosa fácil, el camino está empedrado, hay rocas grandes y pesadas, el viacrucis venezolano tiene más estaciones todavía, pero veo muchas manos dispuestas a cooperar cargando la Cruz. Hacen falta vasos comunicantes para la mística de ojos abiertos y nos animemos a ver anticipos del Cristo Resucitado.
Un abrazo de Pascuas.
Luisa Pernalete