Hagamos las paces No somos un país de flojos           

Cuando Victoria tenía 4 años fue un día con su madrina a una librería grande de Puerto Ordaz. Al ver el departamento de creyones, acuarelas y afines, su rostro se iluminó y dijo animada: “¡Quiero trabajar aquí!”. Su madrina le siguió la corriente y le trasmitió a uno de los empleados la solicitud de la pequeña: “Ella quiere trabajar, pero tiene 4 años. Creo que debe esperar a tener 7”. La joven entendió el juego y asintió. “Si debe esperar atener7”. Victoria se fue contenta y al llegar asu casa en San Félix informó a sus padres que tenía trabajo en un centro comercial de Puerto Ordaz, “Sólo debo esperar cumplir 7 años. Yo los voy a ayudar” ¿Qué tal? Aprendió de su padre, que ahora está en el cielo “ayudando a Dios”, que trabajar es algo bueno.

David tiene 21 años, estudia en La Salle de San Félix, ya va por el 5 semestre de mecánica, le falta un semestre, pero quiere trabajar para poder cubrir los gastos de la tesis, “Consígame un trabajo, de lo que sea, tengo que ayudar en la casa con mis gastos.” Una familia que sabe el  esfuerzo que ha hecho para estudiar, le dio la beca para la matrícula, pero no es suficiente.  Ederson, de 16 años, acaba de culminar el 4 año de bachillerato. “Quiero trabajar en vacaciones para luego contribuir en mi casa con los útiles y el uniforme.La cosa está difícil y mi mamá no puede con todo.” Su padre murió hace un año. Sus abuelas cooperan, pero él sabe cómo está la situación. No se sienta a esperar, actúa “Voy hacer  lo que sea: lavar carros, barrer, arreglar depósitos, lo que sea” María Elena estudia de noche, relaciones industriales, anda buscando un trabajo para poder seguir con los estudios, Tiene 19 años. Deberíamos poner una agencia de empleo juvenil.

Al otro lado del país, en Maracaibo, Ana Isabel, de 17 años, acaba de terminar su bachillerato en Fe y Alegría. Por un problema con la cédula, que el Saime no acaba de resolver, no podrá ingresar en la Universidad. Pero en la empresa donde hizo su pasantía, le han propuesto quedarse porque salió muy  bien. Le pagarán. Ella acepta, no se quedará sin hacer nada. Hará un curso sabatino. Floja paranada, siempre ha sido muy estudiosa.

En el mes de julio hubo dos días seguidos problemas con el metro: vagones quedados en los  túneles retrasaron todo el sistema. La gente corría a las 6.30 de la mañanapersiguiendo autobuses ya repletos para movilizarse. “Voy a llegar tarde  otra vez”,  decía una joven, “No es mi culpa”. Eran ríos de gente trabajadora buscando cómo llegar a cumplir con su obligación: trabajar. Nada de “yo me devuelvo”.

Mayra, maestra  de Fe y Alegría de una escuela de Catia, el día 29 de julio al reflexionar sobre lo que les restaba energía y les daba preocupación comentaba: que le había restado energía haberse enfermado  ya casi al final del año escolar. “Me preocupaba dejar los niños solos, y no poder arreglar  las boletas. Pero pude salir adelante”, contaba. Nada de “Qué bueno que me tienen que dar reposo y anticipa vacaciones”.

No, por más que  veo a mi alrededor, no concluyo que seamos un país de flojos como suelen decir voces que no miran más allá de las malas costumbres que gobiernos rentistas han impulsado, eso q de que “se puede vivir sin trabajar” ha permeado en algunos, pero la mayoría piensa como Victoria, David y los otros ejemplos que recojo a diario. Me molestan esas expresiones negativas sobre nosotros mismos, no lo merecemos, tampoco merecemos trabajar con tantas dificultades, no es justo que la inflación se coma el salario de los que trabajan  a pesar de que sea como una carrera de obstáculos cada día de afán. La próxima vez que me digan que “somos una cuerda de flojos” pediré nombres concretos, mientras hay que conseguir trabajo a esos jóvenes que se esfuerzan y animar a los que se mantienen para sostener este país.

Luisa Pernalete