Debemos ser su signo e instrumento a través de pequeños gestos concretos. “Estos tienen valor a los ojos del Señor, hasta el punto de ser el criterio sobre el que seremos juzgados”, la Iglesia ha llamado a estos pequeños gestos «obras de misericordia corporales y espirituales», que tocan las exigencias más importantes y esenciales de las personas”. En un mundo donde reina la indiferencia, “las obras de misericordia son el mejor antídoto contra ella”, porque “nos educan a estar atentos a las necesidades más elementales de nuestros «hermanos más pequeños» y vulnerables”.
Muchos santos que aun hoy son recordados no por las grandes obras realizadas, sino por la caridad que supieron transmitir, con su pensamiento en la Madre Teresa de Calcuta, de quien dijo que «no la recordamos por las muchas casas abiertas en el mundo sino porque se inclinaba sobre cada persona que encontraba en la calle para restituirle la dignidad». Estas obras de misericordia son los rasgos del Rostro de Jesucristo que cuida de sus hermanos más pequeños para llevar a cada uno la ternura y la cercanía de Dios.
No basta tener la experiencia de la misericordia de Dios en la propia vida; es necesario que quien la reciba también se convierta en signo e instrumento para los demás. La misericordia, además, no está reservada solo a los momentos particulares, sino abraza toda nuestra experiencia cotidiana. Siempre Jesús está presente allí donde hay necesidad, una persona que tiene necesidad, sea material que espiritual, pero Jesús está ahí. Reconocer su rostro en aquel que está en necesidad es un verdadero desafío contra la indiferencia. Nos permite estar siempre vigilantes, evitando que Cristo pase a nuestro lado sin que lo reconozcamos. Tengo miedo que el Señor pase” y no lo reconozca, que el Señor pase delante a mí en una de estas personas pequeñas, necesitadas y yo no me dé cuenta que es Jesús. Tengo miedo que el Señor pase y no lo reconozca. Me he preguntado porque San Agustín ha dicho temer el paso de Jesús. La respuesta, lamentablemente, está en nuestro comportamiento: porque muchas veces estamos distraídos, indiferentes, y cuando el Señor pasa a nuestro lado perdemos la ocasión del encuentro, de encuentro con Él.
Las obras de misericordia despiertan en nosotros la exigencia y la capacidad de hacer viva y operante la fe con la caridad. A través de estos simples gestos cotidianos podemos cumplir una verdadera revolución cultural, como lo ha sido en el pasado. Si cada uno de nosotros, cada día, hace una de estas, esta será una revolución en el mundo.
No pensemos que esto se trata de cumplir «grandes esfuerzos o gestos sobrehumanos», más bien indicó el camino simple, mostrado por el mismo Jesús, hecho de esos pequeños gestos que a los ojos del Señor tienen un gran valor:
Que el Espíritu Santo – encienda en nosotros el deseo de practicar las obras de misericordia, para que nuestros hermanos sientan presente a Jesús, que no los abandona en sus necesidades sino que se hace cercano y los abraza con ternura.
PAPA FRANCISCO