“Los santos son hombres y mujeres que entran hasta el fondo del misterio de la oración. Hombres y mujeres que luchan con la oración, dejando al Espíritu Santo orar y luchar en ellos; luchan hasta el extremo, con todas sus fuerzas, y vencen, pero no solos: el Señor vence a través de ellos y con ellos”. “Han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor. Por ello han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel”.
La santidad, dejándonos querer por Dios, dejándonos abrazar por el amor de Dios que es rico en Misericordia dejarnos perdonar, renovar y transformar, reviviendo constantemente la gracia del bautismo”. “¿En dónde se consigue la santidad? En el seno de la Iglesia que es nuestra madre que nos engendra en la fe y que nos guía en la caridad. Una caridad que se ha de vivir en la vida diaria y en el cumplimiento de los deberes de nuestra propia condición”.
Crea en nosotros un corazón generoso y fiel, para que te sirvamos siempre con fidelidad y pureza de espíritu» Nosotros solos no somos capaces de alcanzar un corazón así, sólo Dios puede hacerlo, y por eso lo pedimos en la oración, lo imploramos a él como don, como «creación» suya. Gracias a la oración los santos: han orado con todas las fuerzas, han luchado y han vencido”.
“El cansancio es inevitable, y en ocasiones ya no podemos más, pero con la ayuda de los hermanos nuestra oración puede continuar, hasta que el Señor concluya su obra”. Sin embargo, no debe ser “una oración esporádica e inestable, sino hecha como Jesús enseña en el Evangelio de hoy: ‘Orar siempre sin desanimarse’”.
“No estamos solos, hacemos parte de un Cuerpo. Somos miembros del Cuerpo de Cristo Y sólo en la Iglesia y gracias a la oración de la Iglesia podemos permanecer firmes en la fe y en el testimonio”, “Orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadir a una falsa quietud. Por el contrario, orar y luchar, y dejar que también el Espíritu Santo ore en nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos”.
Somos miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuyos brazos se levantan alcielo día y noche gracias a la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu Santo.
Que Dios “nos conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche a Dios, sin cansarnos; dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar sosteniéndonos unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta que triunfe la Misericordia Divina”.