P. Albert Amaj: «No sabemos si estaremos vivos al atardecer»

(AIN) Aun en la desgracia, ambas religiosas tuvieron suerte. Apenas habían abandonado el recinto del campo de refugiados, se oyeron salvas de disparos, y el hombre que las acompañaba recibió un tiro que le provocó una muerte inmediata. Los hábitos de las religiosas estaban llenas de sangre. Detrás de una roca se habían escondido unos rebeldes que disparaban con ametralladoras. La guerra también se libra delante del campo de refugiados de Juba, donde se han refugiado 28.000 familias. Las religiosas de la congregación de las Hijas de María Inmaculada acuden ahí periódicamente para atender a los enfermos y necesitados.

La mayoría de las religiosas son jóvenes –la edad media es de 28 años–, y casi todas proceden de la India, donde fue fundada la congregación. Para muchas es la primera vez que se ven confrontadas con ametralladoras, vehículos militares y el ruido atronador de los bombardeos. Algunas de ellas ya han experimentado muy de cerca la violencia: la Hna. Maya, de 23 años de edad, estaba lavando ropa cuando unos hombres entraron en el lavadero. Uno de ellos le colocó el cañón de una escopeta en la barbilla, mientras otro le puso un cuchillo en el cuello. Arrastraron a la joven religiosa al comedor, donde se encontraban otras tres Hermanas leyendo. Entretanto, otros hombres habían irrumpido en la casa y las apuntaban con sus armas. «Si gritáis, os matamos a todas», amenazaban. A las religiosas las encerraron en una habitación vigilada por uno de ellos. Entretanto, los otros cuatro asaltantes saquearon la casa: durante casi media hora recorrieron todos los cuartos, robando todo lo que podían llevar consigo y destruyendo el resto. Luego desaparecieron. La Hna. Vijii dice: «Creo que se trataba de atemorizarnos: quieren que nos vayamos de aquí».

No sabemos si regresaremos con vida

También el P. Albert Amal Raj de los Misioneros de María Inmaculada (la rama masculina de la misma orden) ha recibido repetidas amenazas.«Cuando salimos de casa, no sabemos si por la noche regresaremos con vida», asegura el sacerdote indio. En una ocasión, treinta policías pararon su coche en la calle y quitaron el seguro de sus armas. Los dos sacerdotes y las dos religiosas tuvieron que apearse. Uno de los agentes amenazó al P. Albert con su ametralladora y le golpeó en la cara. «Creían que nuestro vehículo pertenecía a los rebeldes. Muchos creen que las organizaciones extranjeras apoyan a los rebeldes y les suministran armas y provisiones. Cuando el policía se percató de que soy sacerdote, me pidió disculpas. Por esta razón, ahora siempre llevo un gran crucifijo colgado de una cadena, para que vean que soy sacerdote».

Estos misioneros trabajan sobre todo en las zonas más remotas, donde, a menudo, solo pueden acceder a pie a los poblados. Pero también dirigen escuelas, y, por experiencia, saben que los niños no conocen otra cosa que la guerra: «Muchos solo juegan a la guerra. Hacen como si portaran un arma y disparasen los unos contra los otros. Cuando preguntamos a nuestros alumnos lo que quieren ser de mayores, a menudo nos contestan: ‘Queremos ser policías, para poder disparar y matar’. No conocen nada aparte de la violencia, y muchos han presenciado cómo mataban a sus familiares. Aquí, la vida humana tiene poco valor». Los religiosos quieren que sus alumnos aprendan a valorar la vida y a respetar al prójimo, y que asuman una responsabilidad por la propia vida, la sociedad y un futuro pacífico.

Las religiosas también ayudan a personas que todavía están traumatizadas por la última guerra, que duró más de 22 años, se cobró más de dos millones de vidas humanas y dejó sin hogar a muchos millones de personas. Incontables fueron los que presenciaron cómo mataban cruelmente al marido, a la esposa, a los hijos, los padres y los hermanos. Otros perdieron miembros, muchos carecen de todo. «Viven en constante tensión y atemorizados, padecen problemas psicológicos y están traumatizados; muchos ya no tienen un comportamiento normal, y muchos carecen de esperanza. Incontables de ellos huyeron con una sola bolsa de plástico y ahora no tienen nada. Algunos se preguntan: «¿Por qué nos ha creado Dios, por qué hemos nacido… para sufrir tanto?», nos dice la Hna. Vijii.

Las religiosas visitan a la gente, y para muchas personas es la primera vez que tienen la sensación de que alguien las escucha y les quiere ayudar. Entonces, a veces ocurren pequeños milagros: «Una mujer había perdido a siete familiares, todos asesinados ante sus ojos. Estaba como paralizada y no hablaba con nadie. Las religiosas se ocuparon de ella, y un día rompió a llorar. Lloró durante muchas horas, y después empezó a hablar. Hoy, ella misma ayuda a la gente del campo de refugiados. Va de tienda en tienda y reza con la gente», relata la religiosa india.

La Hna. Vijii no teme por sí misma, a pesar de escuchar a diario disparos y bombas. «Algunas organizaciones nos han aconsejado que nos vayamos de aquí. Nos dicen que la situación es demasiado peligrosa y que no habrá paz. Sin embargo, nosotras hemos venido para compartir el sufrimiento de la gente, y mientras aquí haya personas, nos quedaremos».

Labor de AIN en Sudán del Sur

En los últimos tres años, Ayuda a la Iglesia Necesitada ha apoyado la labor en Sudán del Sur de los religiosos y religiosas de la congregación con un total de 138.700 euros. Estos fueron destinados, entre otros, a la adquisición de un vehículo, la construcción de una iglesia y una casa parroquial, ayuda a la formación de 21 jóvenes religiosas y al proyecto «Healing the Healers» (Curación para los que curan), que consiste en ayudar, acompañar y formar a las religiosas que atienden a las personas traumatizadas. Además, también hemos contribuido a la formación continua espiritual de los Padres.

En la actualidad, AIN apoya con 80.000 euros la construcción de una casa parroquial de los Misioneros de María Inmaculada en la parroquia de Bar Sharki de la Diócesis de Wau.