
La JMJ en Cracovia ha sido una de las experiencias más grandes de fe que he tenido a lo largo de mi corta vida: además del encuentro con los jóvenes del mundo en una misma fe y con el santo padre, reafirmó mi encuentro con Jesús Eucaristía y con la acción guiadora del Espíritu Santo. Vivir un pentecostés, a pesar de no hablar otro idioma aparte del español y el portugués, entender perfectamente las palabras de los anfitriones y del papa Francisco.
Pero, no quiero hablar de lo que viví en #Krakow2016, pues esa vivencia me aventura a un nuevo reto: trabajar por la reconstrucción de un país que ahora más que nunca necesita de Dios. Quizás muchos jóvenes habrán escuchado lo que está ocurriendo en mi país (Venezuela): la inflación altísima, la corrupción, la escasez, la delincuencia, el poco valor de la vida, la violencia constante, etc… Realmente es una realidad muy dura para la juventud actual, un país tan hermoso y de personas tan valiosas hundido en un hueco que consume cada día más al joven venezolano que busca oportunidades de surgir; pero migrando del país.
Esa vivencia me aventura a un nuevo reto: trabajar por la reconstrucción de un país que ahora más que nunca necesita de Dios.
Participar de la JMJ fue un sacrificio muy grande para mí en todos los ámbitos, pero me ayudó a ver una realidad que me motiva a construir la civilización del amor en mi tierra. Como líder cristiano, me comprometo a generar una esperanza en mi juventud venezolana a partir del Evangelio, a despertar el alma anestesiada de tantas personas en el país para empezar a rescatar nuestra amada Venezuela. Polonia fue un país devastado por la ll guerra mundial, lo vivido en los campos de concentración; ese genocidio humano es escalofriante. No obstante, Polonia es tierra de Santos, y pese a estas dificultades, este país surgió y ahora vive de la mano con el evangelio. Ante estas dificultades se forjaron santos como San Maximiliano Kolbe o Santa Teresa Benedicta de la Cruz, que en Auschwitz dieron testimonio de que en Cristo hay vida y hay luz en la oscuridad, ¡ÉL ES LA LUZ QUE DISIPA LAS TINIEBLAS!
Ahora ya estoy en mi tierra trabajando por ella, he vuelto a la realidad de hacer colas para comprar algún producto básico, o de comer una vez al día porque no hay alimentos, pero no me rindo y no me deprimo, al contrario, me aferro a esta esperanza pues sé que con nuestro trabajo, o por lo menos con el mío (es un compromiso personal que busca mover más jóvenes a trabajar por este ideal) aportaré un grano de arena y buscaré la manera de transmitir esta confianza de que vamos a salir de esto en oración, trabajando duro y de la mano de Dios. Esta esperanza me la dio la #JMJ y quiero transmitirla a la pastoral juvenil de mi país y a 30 millones de Venezolanos. Porque para Dios no hay imposibles, hoy más que nunca digo: ¡Jesús, en ti confío!

