“Siempre había sido herrero. Vivía bien con mi familia e Valencia. Mi oficio me daba para eso. Pero un día, al salir del banco, después de retirar un dinero, me siguieron unos delincuentes para atracarme. Me resistí y me pegaron 7 tiros. Quedé inválido. Pasé un año sin poder moverme”. Y prosigue Amílcar su relato, “La recuperación fue muy lenta. Un año para aprender a pararme, otro para manejar una silla de ruedas…Pero no soy un inútil. ¡Para nada!”
Amílcar después de seis años de aquel lamentable hecho, 1996, volvió a Barquisimeto, donde había nacido. Vio una pequeña escultura en un centro comercial, hecha de metal, y se dijo que él podía hacer algo parecido. Probó y probó. “Una voz dentro de mí me decía que yo si era capaz” Y comenzó a hacer piezas con tornillos, tuercas, bujías… pero no sólo son obras de arte por la creatividad hecha belleza, todas tienen movimiento. “Me gustaba la física. Se sacarle movimiento a las figuras”. Su taller, en una zona popular de la capital larense, parece un parque infantil en miniatura: Niños y niñas en columpios, “subí-bajas”, equilibristas de un circo, aviones… basta una brisa o un dedo que empuje un poco y los niños juegan, los equilibristas avanzan sin caerse… “Me gusta que los pequeños toquen las obras. Siempre se les dice que no toquen. Yo al revés: Les digo que toquen”, va contando Amílcar desde su silla de ruedas.
No ha sido fácil, sobre todo hacerse respetar como artista, superar la discriminación. “Todo el mundo piensa que porque estoy en una silla de ruedas ando pidiendo limosna. No se dan cuenta que todos tenemos necesidades especiales y no por eso todos somos inútiles. Yo no puedo caminar, pero puedo hacer muchas cosas.” A su lado las evidencias.
Sus obras de arte, alegran la mirada más exigente. Tengo una en mi casa, y me sonrío cada mañana al verla: una niña y un niño jugando. Cuando le pregunté cuál era su más grande satisfacción me dijo “Ver la cara de los que compran mis obras”, seguro que vio la mía. Debe tener muchas satisfacciones. Ya está exportando obras, es internacional.
Amílcar es además un gran inventor. Cuando comenzó su recuperación, adquirió un carro y lo adaptó para que pudiera manejarlo a pesar de la inmovilidad de sus piernas. Va a Valencia y a Caracas con frecuencia, manejando él su carro. Y sigue con su humildad y sencillez franciscana.
Hace unos años voló en parente. “Después de ver la tierra desde arriba no pude mirar la vida de la misma manera. Ahora quiero volar en paracaídas” y algo más que no le entendí, tal vez porque Amílcar siempre me sorprende y me deja sin palabras, lo cual es mucho decir.
No puedo mostrar en un papel las maravillas que he visto en su taller. Lo escucho y pienso que todo el país debe conocer su historia. La violencia delincuencial deja secuelas terribles, pero Amílcar hace que uno se olvide por un momento de la real guerra asimétrica y crea en el ser humano. Los venezolanos tenemos mucho que aprender de gente como él.
¡Gracias Amílcar por tus niños de tuercas! ¡Gracias por existir!