Durante el rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro del Vaticano este domingo 11 de noviembre, el Papa Francisco advirtió contra la tentación de emplear la religión como instrumento para escalar socialmente, una actitud que Jesús criticaba en los escribas y en los fariseos.
El Santo Padre explicó que en el Evangelio de este domingo se presentan dos figuras contrapuestas: el escriba y la viuda. “El primero representa a las personas importantes, ricas, influyentes. La otra representa a los últimos, a los pobres, a los débiles”.
Francisco señaló que “el juicio de Jesús en su confrontación con los escribas (‘guardaos de los escribas’, llega a decir), no se refiere a toda la categoría, sino a aquellos que ostentaban su propia posición social, alardeaban del título de ‘rabí’, es decir, maestro, amaban que les reverenciaran y ocupar los primeros puestos”.
“Pero lo peor era que su ostentación era, sobre todo, de naturaleza religiosa”, “se servían de Dios para acreditarse como los defensores de su ley. Y esta actitud de superioridad y de vanidad los llevaba al despreció de aquellos que contaban poco o que se encontraban en una posición económica desventajosa, como los débiles”.
Así, “para imprimir bien esta lección en la mente de los discípulos les ofrece un ejemplo vivo: una pobre viuda, cuya posición social era irrelevante porque carecía de un marido que pudiese defender sus derechos, y que, por ello, era una fácil presa de cualquier acreedor sin escrúpulos”.
“Esa viuda”, continuó Francisco, “depositó en el tesoro del templo dos monedas, todo lo que tenía, hace su ofrenda tratando de pasar desapercibida, casi avergonzándose. Pero justamente en esa humildad ella cumple un alto encargo de gran significado religioso y espiritual”.
Aquel gesto de la viuda, “lleno de sacrificio no escapa a la mirada atenta de Jesús que, incluso en él, ve brillar la entrega completa de uno mismo en la cual quiere educar a sus discípulos”.
“La enseñanza que hoy Jesús nos ofrece nos ayuda a recuperar aquello que es esencial en nuestra vida, y que favorece una concreta y cotidiana relación con Dios. Las medidas del Señor son diferentes de las nuestras. Él mide de forma diferente a como lo hacen las personas y sus gestos. Así, no mide la cantidad, sino la calidad, escruta el corazón y mira la pureza de las intenciones”.
Esto significa que “nuestro ‘dar’ a Dios en la oración y a los demás en la caridad debería siempre refugiarse del ritualismo y del formalismo, así como de la lógica del cálculo, y ser expresión de gratuidad”.
En este sentido, recordó que esa misma actitud de gratuidad es la que tuvo “Jesús con nosotros. Nos ha salvado gratuitamente, no nos ha hecho pagar la rendición. Y nosotros debemos hacer las cosas con expresión de agradecimiento”.
Es por ese motivo por el que “Jesús señala a la viuda pobre y generosa como modelo de vida cristiana a imitar. De ella no sabemos el nombre, aunque conocemos, sin embargo, su corazón, y es eso lo que cuenta delante de Dios”.
“Cuando somos tentados por el deseo de aparentar y de contabilizar nuestros gestos de altruismo, cuando estemos demasiado interesados en la mirada de los demás, pensemos en aquella mujer. Nos hará bien: nos ayudará a despojarnos de los superfluo y dedicarnos a aquello que cuenta verdaderamente, y a permanecer humildes”.