
Lucas 1, 46-55: “En aquel tiempo María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz. El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: ¡Santo es su Nombre. Muestra su misericordia siglo tras siglo a todos aquellos que viven en su presencia. Dio un golpe con todo su poder: deshizo a los soberbios y sus planes. Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos, y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su siervo, se acordó de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a sus descendientes para siempre”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Gracia y paz de Dios para todos. Hoy se nos invita a mirar a María y a cantar con ella el canto de alabanza, llenos de alegría y gratitud, presente en el Evangelio de hoy, Lucas, capítulo 1, versículos 46-55, que nos narra el canto del Magníficat, que además de ser un himno litúrgico, recitado todos los días en el oficio de las vísperas, es también la celebración jubilosa y el resumen de la historia de la salvación.
Esta historia, que involucra a todas las situaciones humanas, es guiada sin interrupción por Dios, y como criterio del amor misericordioso, es la exaltación de los humildes y los pobres. No podemos entender el Magníficat sin degustar palabra por palabra. Veamos: «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en generación… «Llena de gracia en su felicidad María sabe bien que debe dar todo tributo al amor misericordioso de Dios. Ella quiere hacer grande el nombre del Señor
porque la miró y escogió, a pesar de su pequeñez. Hizo de ella la madre del Salvador y, a partir de ahora, todos los pueblos la llamarán bendita.
María muestra que Dios ama a los pequeños y humildes, dispersando a los soberbios y derribando a los poderosos de sus tronos, exalta a los humildes y sacia a los que tienen hambre. Y Dios hizo todo esto por su misericordia, para socorrer a su pueblo Israel y cumplir las promesas a Abraham y sus descendientes.
María nos enseña que Dios realiza su gracia allí donde el hombre se reconoce pequeño y asume que tiene necesidad de Dios. Sólo aquellos que son conscientes de su pobreza, alcanzaran la riqueza de Dios, que es distribuida en tres tipos de personas: los humildes, los pobres y los hambrientos.
El Magníficat de María nos permite tocar la profundidad de su espiritualidad anclada en la fe, la oración y, sobre todo, en la Palabra de Dios. En las palabras de este himno podemos escuchar el rumor de los siglos, el murmullo de la comunidad redimida, la esperanza y la alegría de los pobres, el asombro de los agradecidos liberados por Cristo.
Pidámosle al Padre, que las maravillas cantadas por María en el Magníficat se hagan realidad en el aquí y ahora de nuestra historia. Amen.
