EVANGELIO DEL DÍA MARTES 21 DE FEBRERO DEL 2016

 

 

    Marco 9, 30-37: “En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se desplazaban por Galilea. Jesús quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Y les decía: «El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo harán morir, pero tres días después de su muerte resucitará.»  De todos modos los discípulos no entendían lo que les hablaba, y tenían miedo de preguntarle qué quería decir. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, Jesús les preguntó: « ¿De qué venían discutiendo por el camino?» Ellos se quedaron callados, pues habían discutido entre sí sobre quién era el más importante de todos. Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos.» Después tomó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que recibe a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí; y el que me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado.»

 

  Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.

 

En el Evangelio de hoy Marcos, capítulo 9, versículos 30-37, tenemos un otro pasaje que relata la incomprensión de los discípulos en cuanto a la novedad del Reino de los cielos ya que ellos están todavía bajo la influencia de la tradición de Israel que busca el poder y la gloria terrenal.

Jesús con sus discípulos atraviesan Galilea, después de recorrer los territorios gentiles cercanos, con la intención de dirigirse a Jerusalén, sede del poder religioso del judaísmo, Jesús advertía a los discípulos sobre el sufrimiento y la expectativa de la muerte que le esperaba en esa ciudad. Los discípulos, a su vez, sin entender bien, discutían sobre quién era el más grande.

Los discípulos, en la expectativa de conquistar el poder del mundo por Jesús, están preocupados acerca de quién era el más grande, cosa típica de una sociedad competitiva que busca el ascenso entre los poderosos teniendo como consecuencias el individualismo, la discriminación y la exclusión.Cuando llegaron a Cafarnaúm, entrando en la casa, Jesús los llamó y les dijo: El que quiera ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos. Y tomando un niño, lo abrazó diciendo: El que reciba a un niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe, recibe al que me ha enviado.

Jesús muestra la inversión de valores en el reino de los cielos, donde prevalece la humildad del último lugar, ocupado, por todo aquel que quiera servir sin competiciones y lo importante es la sencillez y la disponibilidad, despojado del poder y abandonado en las manos de Dios. Así es como el que se hace como un niño que busca el amor y la vida. Este es el terreno fértil para el resurgimiento de la vida que permanece para siempre. Abandonando las ansias de ser el más grande, el discípulo se esfuerza por ser amoroso, comunicando vida y alegría a los hermanos. Lo más importante es la fidelidad al proyecto de Dios liberador y dador de vida.

Al ser discípulos de Jesús, somos solidarios con los excluidos y empobrecidos, con los pequeños y frágiles, los abandonados por una sociedad centrada en la riqueza y el poder. Jesús va delante de nosotros en el camino de la libertad y de la vida, en la humildad, la acogida y en comunión de amor con todas las personas. Pidámosle a JESÚS que nos permita caminar con Él, para saborear desde ya los valores del reino y dejar atrás la exclusión, el egoísmo y las perversidades. Amen.