Erik Flores Esquivel tiene 19 años de edad, estudia el Curso Introductorio en el Seminario Conciliar de México, y en esta edición comparte con nosotros cómo recibió el misterioso llamado de Dios para ser sacerdote:
Mi abuelita siempre me llevaba a Misa
Siempre quise servir a la Iglesia, la vocación siempre estuvo presente en mí, el apego y el amor a la Iglesia comenzó cuando era muy pequeño, con mi abuelita; ella me cuidaba porque mis padres trabajaban. El kínder donde iba estaba enfrente de la parroquia, entonces todos los días, antes de dejarme, íbamos a Misa; como ella también trabajaba con el sacerdote, me llevaba mucho a la parroquia.
De chiquito me llamaba mucho la atención la figura del sacerdote y decía que quería ser como el hombre del mantel; después, cuando estaba un poco más grande, quería ser monaguillo porque era lo que más se le parecía, pero nunca lo fui.
Mi familia es de mucha tradición católica, entonces, cuando era adolescente, por medio de una tía me hice catequista. Como nos habíamos trasladado a vivir al Estado de México, saliendo de la escuela me venía a la Parroquia Santa Lucía Xantepec para dar la catequesis, y le ayudaba al padre en lo que podía.
El llamado a la vocación
Mi llamado surgió principalmente con el testimonio de mi párroco, que era el P. Luis Daniel García Morales, y el primer paso que di fue comentarle a él lo que estaba sintiendo para que me diera una orientación correcta; como él había sido formador en el Seminario, me dio todas las herramientas para poder entrar.
Había temor de mi parte, pero le pedí mucho a Dios que me mandara signos, que me mostrara cuál era su voluntad. Es muy curioso porque la vocación es un misterio, y esos signos que el Señor me dio fueron grandes, siempre en accidentes graves de los que salí vivo: en una ocasión explotó una olla exprés y me quemé la cara con el vapor, pero a pesar de las serias quemaduras, mi piel sanó muy bien; otro signo fue un accidente de automóvil, venía manejando y choqué frente a las Torres de Satélite, el carro quedó destruido, pero gracias a Dios a mí no me pasó nada.
Las señales que anuncian
Por último, cuando decidí hacer el examen para ingresar a la universidad, le dije a Dios: «Tú decides si me quedo o no», siempre fui un buen estudiante, nunca reprobaba y ese examen no lo pasé, entonces me dije: ¡más claro ya no se puede!
Pero venía otra parte difícil que era hablar con mis papás sobre mi vocación, no sabía si me apoyarían; había escuchado muchos testimonios de familias que le dicen a sus hijos que si se van al Seminario también se van de la casa. Al que más trabajo le costó aceptarlo fue a mi papá porque soy el único hijo varón y él quería tener descendencia con su apellido, pero gracias a Dios al final ambos me dieron su apoyo.
Ahora estoy muy contento en el Seminario, es una experiencia muy padre, muy grata para los chavos que en verdad queremos responder a ese misterioso llamado del Señor.
Publicado originalmente en: http://www.pildorasdefe.net/post/testimonios/IHS.php?id2=abuelita-me-enseno-amar-iglesia-catolica-misa