
Marco 3, 7-12: “En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a orillas del lago y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán y de las tierras de Tiro y de Sidón, muchísima gente venía a verlo con sólo oír todo lo que hacía. Jesús mandó a sus discípulos que tuvieran lista una barca, para que toda aquella gente no lo atropellase. Pues al verlo sanar a tantos, todas las personas que sufrían de algún mal se le echaban encima para tocarlo. Incluso los espíritus malos, apenas lo veían, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él no quería que lo dieran a conocer, y los hacía callar”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Después de presentar las primeras escenas del ministerio de Jesús, Marcos, capítulo 3, versículos 7 a 12, nos relata de modo resumido el ministerio Jesús, haciendo hincapié en su amplitud y su éxito.
Después de la narración de la curación del hombre de la mano seca, hecho que lleva a los jefes de la sinagoga a la decisión de matar a Jesús, Marcos, destaca las multitudes excluidas que van en busca de Jesús y de la acogida que él les da, de acuerdo a la narración ellos venían de Galilea, y de los territorios gentiles vecinos.
Jesús recorre Galilea, y los pueblos predominantemente gentil, con alguna presencia de colonos y comerciantes judíos. Su anuncio similar a la de Juan el Bautista: Arrepiéntanse, porque el reino de Dios está cerca. Jesús, es testimonio de la compasión del Padre con los excluidos, revela gradualmente la naturaleza de este reino, que es comunión de amor con el prójimo y con Dios.
La proliferación de enfermedades que dificultaban la vida y la dignidad de las personas entre la multitud era el resultado de la marginación y exclusión. Marcos registra la práctica de Jesús en la curación de muchos enfermos, con los que expresa el compromiso de Jesús en restaurar la dignidad y la vida de los excluidos.
Entre la multitud se encuentran algunos con espíritus impuros. Eran los que veían a Jesús como el Mesías glorioso y poderoso. Jesús expulsa estos espíritus, afirmándose como un humano sencillo y humilde que comunica la vida plena. Jesús descarta cualquier aureola de poder, resguardando la dimensión misericordiosa de su misión. Por lo tanto rechaza las manifestaciones de que Él sea el Mesías poderoso. Penetrando los corazones por la humildad de su amor divino encarnado, y no por el poder que oprime y violenta la libertad, Jesús nos revela el verdadero rostro de Dios, el deseo de que todos tengan vida plena, sin exclusiones.
Pidamos a Dios que mueva nuestros corazones para acoger a nuestro prójimo en el amor y la misericordia, empeñados en la práctica de la justicia que restaura la vida y construye la paz. Y que la fe en Jesús nos lleve a percibir su presencia divina en nuestros corazones, en comunión de amor con el Padre. Amen.
