EVANGELIO DEL DÍA LUNES 16 NOVIEMBRE DE 2015

LUCAS 18, 35-43: “En aquel tiempo cuando Jesús se acercaba a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué era aquello, y le dieron la noticia: ¡Es Jesús, el nazareno, que pasa por aquí! Entonces empezó a gritar: « ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le levantaron la voz para que se callara, pero él gritaba con más fuerza: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo y ordenó que se lo trajeran, y cuando tuvo al ciego cerca, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» Le respondió: «Señor, haz que vea.» Jesús le dijo: «Recobra la vista, tu fe te ha salvado.» Al instante el ciego pudo ver. El hombre seguía a Jesús, glorificando a Dios, y toda la gente que lo presenció también bendecía a Dios.    

 

Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo

Encontramos el evangelio de hoy al final del capítulo 18 de San Lucas, versículos del 35 al 43, que relata La sanación de un mendigo ciego, a las puertas de la ciudad. Jesús está en Jericó, muy cerca de Jerusalén, y ésta es la última sanación que El realiza antes de entrar en Jerusalén, donde irá a sufrir la pasión y la muerte.

Esta curación, efectuada por Jesús, es importante, más no menos importante es la confesión del ciego en tres tiempos: Primero, él lo reconoce como sucesor de David; después, lo llama de Señor y, finalmente, da gloria a Dios y sigue a Jesús. Ese es un itinerario a ser seguido por todos los que se convierten; ese es el camino de la fe que salva!

Es significativo que todos los evangelistas coloquen esa sanación del ciego en la proximidad de Jerusalén. El hecho parece apuntar hacia la capacidad de Jesús de amar y de preocuparse por el dolor y el sufrimiento ajeno. Jesús olvida su propio sufrimiento para dar atención al sufrimiento del otro, en este caso del ciego.

Este ciego que reconoce el poder de Jesús como Mesías, por la fe, contrasta con la ceguera mental de los doce y de los demás discípulos que están con Él. El ciego, sin ver, conoce al Hijo de David, y sabe que él puede sanarlo.

La fe arranca de la oscuridad y conduce a la luz. La fe en Jesús fue la causa de la cura del ciego, y fue la condición para dejarse iluminar y recibir la visión como don. Y la consecuencia de la iluminación de la fe es el seguimiento de Jesús Cristo. Por lo que hoy podemos decir con fe “Señor, que yo vea!” Este debe ser el deseo y el pedido de todo verdadero discípulo de Jesús.