EVANGELIO DEL DÍA MARTES 30 DE AGOSTO DEL 2016

  

   Mateo 13, 44-46: “En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos; “El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en un campo. El hombre que lo descubre, lo vuelve a esconder; su alegría es tal, que va a vender todo lo que tiene y compra ese campo. Aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: un comerciante que busca perlas finas. Si llega a sus manos una perla de gran valor, se va, vende cuanto tiene, y la compra”.

 

  Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.

 

La Iglesia y especialmente nosotros, los cristianos de América Latina tenemos hoy un motivo especial que nos llena de alegría y es: celebrar a Santa Rosa de Lima. Beatificada por Clemente IX en 1667 y canonizada por Clemente X en 1671, Rosa es la primera Santa del continente Americano. Fue escogida patrona de Latinoamérica y Filipinas.

«El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo…” El reino de los cielos es todavía semejante a un mercader que busca perlas finas. La liturgia de hoy Mateo 13, versículos 44 a 46, nos presenta dos parábolas la cuales encarecen el valor del Reino de Dios, al cual hay que sacrificar todos los demás valores.

El hombre fue creado por Dios para ser feliz. El sentido de nuestra vida es estar en constante búsqueda de la felicidad. Importante en esta vida es dónde ponemos nuestra meta: ¿En el tener, en las riquezas? ¿En el mandar y el poder? ¿La fama y el éxito? Todo eso es temporal. El Evangelio nos enseña que la verdadera felicidad sólo se puede encontrar en el amor. Y el evangelista Juan nos dice que «Dios es amor». Por lo tanto, es fácil llegar a la conclusión de que la vida del hombre sólo se alcanza en el Amor de Dios y amor al prójimo.

San Agustín nos dice que «nuestro corazón está inquieto y sólo en Dios encontrará descanso.» Las pequeñas parábolas de hoy quieren enseñar a no cansarnos ni desanimarnos en la búsqueda del bien mayor del valor supremo del Reino de Dios. Es al cielo que nuestro camino nos lleva. Imitando a Santa Rosa de Lima es necesario aprender que los placeres y la felicidad de este mundo no son nada, en comparación con el amor de Dios. Para lograrlo necesitamos eliminar el orgullo, el amor propio y la vanidad.

Al ser distinguida por su gran amor a indios y negros, los excluidos de su tiempo, Rosa de Lima nos lleva a repensar y reasumir como Iglesia la «opción presencial por los pobres para que todos tengan vida hacia el Reino definitivo». Si nos atrevemos encontrarnos con los excluidos de hoy, nos encontraremos también con nuestro tesoro, nuestra perla preciosa. Es decir nos encontraremos a Dios.

Al venir al mundo, el Hijo de Dios mostró su predilección por los pequeños y simples. Él nos enseñó que de ellos es el reino de los cielos. Vivamos hoy en la alegría y la sencillez. Y pidamos la fuerza y la claridad para ser como Él. Amen.