
JUAN 3, 16- 21: “Tanto amó Dios al mundo, que le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él. Para quien cree en él no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado, por el hecho de no creer en el Nombre del Hijo único de Dios. Esto requiere un juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues el que obra el mal odia la luz y no va a la luz, no sea que sus obras malas sean descubiertas y condenadas. Pero el que hace la verdad va a la luz, para que se vea que sus obras han sido hechas en Dios.»
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Dice Juan, en el evangelio de hoy, capítulo 3, versículos del 16 al 21: “Porque Dios amó tanto al mundo, que le dio a su único Hijo, para que todo aquel que cree en El no muera, sino que tenga la vida eterna. Pues Dios mandó a su Hijo para salvar al mundo y no para condenarlo”.
Podemos resumir el contenido del evangelio en esta frase: Dios es un apasionado por su criatura. Esa es la gran revelación: Como una madre terrena ama a su hijo salido de sus entrañas, así también Dios ama a todas y cada una de las criaturas salidas de sus manos creadoras, y no quiere que ninguna se pierda.
Delante de la revelación de ese amor divino e infinito, ninguno de nosotros podemos decir que no es amado y que no tiene una luz para guiar sus pasos y su vida. Dios nos ama e ilumina nuestra vida con la luz de la Resurrección de su hijo Jesús. Ese amor hasta el extremo del Padre se muestra siempre en crecimiento; sobre todo en tres versículos del 16 al 18: El amor de Dios está dirigido a todo el mundo es para todas las personas; hasta el punto de entregar a su propio Hijo al sacrificio, para que el mundo se salve por Él; quien cree en Él no será condenado.
Juan muestra el juicio a partir de la Luz, que adquiere un valor moral. Jesús, para el evangelista, es la luz, que vino a este mundo, quiere arrancar a los hombres de las tinieblas. Adherir a Jesús es vivir en la Luz. Rechazar la fe es rechazar la luz y preferir las tinieblas, por lo tanto, es condenarse.
En la Bula de promulgación del Jubileo del Año de la Misericordia, el papa Francisco afirma que “La viga maestra que soporta la vida de la Iglesia es la misericordia. Toda la acción pastoral debe estar cargada de ternura… La credibilidad de la Iglesia pasa por el camino del amor misericordioso y compasivo” (cf. El rosto da Misericordia, n. 10).
Cristo, muerto y Resucitado es la suprema y definitiva revelación del amor absoluto de Dios por el hombre. Y solo así se trasforma en la propuesta última de salvación, dirigida a todos los hombres. Responder a la propuesta de Dios es adherir a la propuesta de salvación.
El juicio no es algo externo al hombre. Consiste en la respuesta o en la invitación de Jesús para caminar en la Luz, para mirar al rostro del Padre. Y es exactamente así que el papa Francisco inicia la Bula de proclamación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia: “Jesús es el rostro de la misericordia del Padre.” Y el papa dice además que la fe cristiana parece encontrar en estas palabras su síntesis. Pidamos pues la intersección perenne del Espíritu Santo para que todos nosotros podamos sentir siempre la fuerza de ese amor divino y misericordioso. Amen.
