
Lucas 2, 22-35: “Cuando llegó el día en que, de acuerdo a la Ley de Moisés, debían cumplir el rito de la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, tal como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También ofrecieron el sacrificio que ordena la Ley del Señor: una pareja de tórtolas o dos pichones. Había entonces en Jerusalén un hombre muy piadoso y cumplidor a los ojos de Dios, llamado Simeón. Este hombre esperaba el día en que Dios atendiera a Israel, y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no moriría antes de haber visto al Mesías del Señor. El Espíritu también lo llevó al Templo en aquel momento. Como los padres traían al niño Jesús para cumplir con él lo que mandaba la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios con estas palabras: Ahora, Señor, ya puedes dejar que tu servidor muera en paz como le has dicho. Porque mis ojos han visto a tu salvador, que has preparado y ofreces a todos los pueblos, luz que se revelará a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel. Su padre y su madre estaban maravillados por todo lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, este niño traerá a la gente de Israel ya sea caída o resurrección. Será una señal impugnada en cuanto se manifieste, mientras a ti misma una espada te atravesará el alma. Por este medio, sin embargo, saldrán a la luz los pensamientos íntimos de los hombres.»
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Estamos llegando al final del mes de diciembre, y también al final del año 2016. Dentro de la octava de Navidad, hoy es el primer día que tenemos la celebración opcional de un santo: Santo Tomás Becket, se destaca porque fue un hombre multifacético: político, sacerdote y obispo, y en todas sus facetas supo mantenerse fiel a sus principios éticos y religiosos.
El Evangelio trae la figura de Simeón, un anciano, justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel. El Espíritu Santo estaba con él y le había dicho que no moriría sin ver al Mesías enviado por Dios. Guiado por el Espíritu Santo fue al templo cuando los padres llevaron al niño para cumplir con lo que manda la ley. Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios en estas palabras: «Ahora, Señor, según tu palabra puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto la salvación que has preparado antes de todas las personas, luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
María y José cumplen fielmente con las normas que se refieren al nacimiento de un primogénito. Ocho días después del nacimiento, el niño es circuncidado. Cuarenta días después, los padres lo presentan en el templo para la purificación de la madre y para ofrecer un sacrificio. María y José ofrecen un par de tórtolas, el sacrificio de los pobres.
El rescate de un primogénito a través de un sacrificio se da en la memoria de la muerte de los primogénitos en Egipto. Este rito debe hacerse dentro del primer mes de nacimiento. Simeón también tiene un papel profético. Después de bendecir al niño y a los padres, Simeón le dice a María: «Este niño va a ser la causa de la caída y elevación para muchos en Israel. Será una señal de contradicción, en cuanto a ti, una espada de dolor te atravesará el alma y así serán revelados los pensamientos de muchos corazones».
Un comentario final: «La presentación de Jesús en el templo es la oferta pública de Jesús a Dios. No puede ser redimido como todos los primogénitos, porque pertenece definitivamente a Dios. Este es el primero y más grande ofertorio del único verdadero sacrificio, que se da a Dios «(Misal, comentario del día).
El ejemplo de Simeón nos debe enseñar a aceptar con serenidad los proyectos que Dios tiene para nuestras vidas y para ponerlos en práctica. Dios es un Dios bueno y fiel. Él prometió al viejo Simeón que no moriría sin ver la consolación de Israel, pidámosle con firmeza que siga cuidando de nosotros y de nuestros proyectos, de manera que nos lleven más cerca de su gracia y de su amor. Amen.
