Mateo 10, 7-15: “En aquel tiempo Jesús les dijo: a lo largo del camino proclamen: ¡El Reino de los Cielos está ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar. No lleven oro, plata o monedas en el cinturón. Nada de provisiones para el viaje, o vestidos de repuesto; no lleven bastón ni sandalias, porque el que trabaja se merece el alimento. En todo pueblo o aldea en que entren, busquen alguna persona que valga, y quédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar en la casa, deséenle la paz. Si esta familia la merece, recibirá vuestra paz; y si no la merece, la bendición volverá a ustedes. Y si en algún lugar no los reciben ni escuchan sus palabras, salgan de esa familia o de esa ciudad, sacudiendo el polvo de los pies. Yo les aseguro que esa ciudad, en el día del juicio, será tratada con mayor rigor que Sodoma y Gomorra”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Los tres evangelios sinópticos registran el llamado y el envío de los doce apóstoles, con las recomendaciones para la misión. Hoy, tenemos el relato del envío según el evangelio de Mateo, capítulo 10, versículos del 7 al 15.
En este texto de Mateo, con las orientaciones de Jesús a los discípulos enviados en misión, tenemos los criterios fundamentales para la acción misionera, los cuales sirven de referencia para las comunidades, en continuidad con la misión de Jesús. El anuncio fundamental es la cercanía del Reino de los Cielos, el cual se actualiza entre nosotros. Las señales de la presencia de este Reino son la restauración de la vida entre los excluidos y la liberación de toda opresión. El misionero se despoja de las riquezas, poniendo su seguridad solo en Dios, conforme a las palabras de Jesús: “No lleven oro, ni plata, ni dinero en la cintura; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón…”
Y Jesús continúa: “Cuando entren en una casa, saluden: si la casa es digna, descenderá sobre ella la paz…” El discípulo y el misionero son portadores de Paz y la deben dejar por todos los pueblos, por donde pasen.
En la misión prevalece la dimensión de alianza, de diálogo, y de solidaridad, sin enfrentamientos por el liderazgo. Despojarse es una propuesta esencial para la misión. La pobreza debe ser asumida, no como ostentación de virtudes, sino como abandono real en las manos de Dios, confiando en su bondad y en la hospitalidad de aquellos que encontramos en el camino de la vida.
Los discípulos son enviados a proclamar la conversión al Reino de Dios, rompiendo con el sistema de poder que engaña al pueblo con sus promesas de encontrar la felicidad en las riquezas. Estamos llamados a asumir una praxis liberadora, que conscientica y se empeña en el servicio a la vida, rescatando la dignidad de los oprimidos y humillados.
El misionero, de manera profética, denuncia la opresión y la violencia de los poderosos, y anuncia el proyecto de Dios, de acogernos como hijos, comunicándonos su vida a través de la encarnación de su Hijo, Jesús.
Roguemos a Dios para que, día a día, con disponibilidad, estemos atentos al llamado de Jesús que nos invita a seguirlo. Y con actitud de acogida y solidaridad con los pequeños, humillados, y empobrecidos, demos testimonio de la presencia del Reino de Dios en este mundo. Amen.