Mateo 21, 28-32: “En aquel tiempo Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Pero, díganme su parecer: Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero para decirle: «Hijo, hoy tienes que ir a trabajar en la viña.» Y él le respondió: «No quiero». Pero después se arrepintió y fue. Luego el padre se acercó al segundo y le mandó lo mismo. Este respondió: «Ya voy, señor.» Pero no fue. Ahora bien, ¿cuál de los dos hizo lo que quería el padre?» Ellos contestaron: «El primero.» Entonces Jesús les dijo: «En verdad se lo digo: en el camino al Reino de los Cielos, los publicanos y las prostitutas andan mejor que ustedes. Porque Juan vino a abrirles el camino derecho, y ustedes no le creyeron, mientras que los publicanos y las prostitutas le creyeron. Ustedes fueron testigos, pero ni con esto se arrepintieron y le creyeron”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Jesús está en Jerusalén, en el templo, entre los sacerdotes, escribas y fariseos. Hace lo que le gusta: enseña a la gente y rebate las burlas de los líderes religiosos. Es loe dice hoy Mateo, capítulo 21, versículos 28 a 32, la parábola del hombre y sus dos hijos. Podemos unir esta parábola a la cuestión planteada en el capítulo 11: Con quién comparo esta generación (versos 16-19.)? Jesús criticó a los fariseos y sacerdotes por no haber creído en Juan Bautista, un hombre que caminaba en la justicia, mientras que los publicanos y las prostitutas se acercaban a Juan, lo escuchaban y se convertían.
Pero también podemos empezar nuestra reflexión con esta pregunta: ¿En cuál de los dos hijos de la parábola nos vemos o nos revemos? Quizás incluso nos identificamos con los dos, a menudo diciendo que sí y luego actuamos como si hubiéramos dicho que no. No olvidemos la advertencia de Jesús de que Dios no quiere palabras vacías, Dios pide obras, pide actitudes coherentes: «No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, pero si los que cumplen la voluntad de Dios «(Mt 7:21).
Es precisamente esto la razón porque los publicanos y las prostitutas entraran primero que fariseos y sacerdotes en el Reino de Dios. Unos se atascan en las palabras y las teorías y no practican el Evangelio. Los otros, que al parecer dijeron no Dios, se convierten y cambian la vida.
Esta parábola introduce otras dos: la de los viñadores infieles y la del festín nupcial, que tienen el mismo fondo: los destinatarios del mensaje de salvación y que habían sido preparados por Dios para recibir este anuncio, son los primeros en rechazarla y hacer oposición directa a Jesús. Están dirigida a aquellos que no sienten necesidad de convertirse y se cierra a la Buena Nueva, incluso en nombre de la justicia. Ella les revela que Dios ama a los despreciados y aquellos que son capaces de hacer penitencia, y obedecer con más ardor que el orgulloso y autosuficiente.
El cristiano maduro reconoce sus limitaciones, y se esfuerza por ser coherente y fiel a su fe y sus compromisos. Oremos insistentemente para que el amor misericordioso de Dios este con nosotros y nos haga capaces y dispuestos a poner en práctica su Palabra. Y que Dios acoja nuestros proyectos y bendiga nuestras acciones diarias. Amen.