
Juan 14, 27-31: “En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo. Saben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, pues el Padre es más grande que yo. Les he dicho estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan, ustedes crean. Ya no hablaré mucho más con ustedes, pues se está acercando el que gobierna este mundo. En mí no encontrará nada suyo, pero con esto sabrá el mundo que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha encomendado hacer. Ahora levántense y vayámonos de aquí”.
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
Fue con un saludo de paz que los ángeles celebraron el nacimiento del hijo de Dios en la gruta de Belén: “Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!”. Y con un doble saludo de paz que Cristo Resucitado se manifestó a los suyos en la alegría de la Pascua: “La paz este con vosotros, Como el Padre me envió, así también los envió yo”.
Hoy, Juan, en el capítulo 14, versículos del 27 al 31 nos muestra a Jesús dejando a los discípulos su mayor presente: “Yo os dejo la paz, yo os doy mi paz. No como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón, ni se atemorice. Me voy pero volveré a vosotros”. La paz que Jesucristo nos ofrece es diferente a la paz que el mundo nos da. La paz que el mundo da, está basada en la fuerza y en el poder. La Paz de Cristo se fundamenta en la fuerza de la fe, la esperanza y el amor, que es servicio.
La paz que Jesús nos deja como herencia es una paz auténtica, que nos da fuerza y coraje para enfrentarnos con serenidad, a las dificultades y provocaciones. Quien tiene la paz interior no se deja abatir por las cosas de este mundo. Ya en el Antiguo Testamento la paz tenía un significado más profundo que aquel que le atribuimos. Significaba la plenitud de vida y de salvación, la perfección y la alegría. En la Historia de la Salvación la paz viene a significar la realización de las esperanzas mesiánicas y la conquista de la comunión definitiva entre Dios y la humanidad.
El papa Francisco en la Exhortación Apostólica Alegría del Evangelio, dice: “La paz se construye, día a día, en la búsqueda de un orden querido por Dios, que trae consigo una justicia más perfecta entre los hombres. Una paz que no surja como fruto de un desarrollo integral de todos, no tendrá futuro y será siempre semilla de nuevos conflictos!” (EG n. 219). Y el documento de Aparecida expresa: “En el evangelio aprendemos la lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre y anunciando el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin dinero, y sin poner nuestra confianza en el poder de este mundo” (DA, n. 31).
Que nuestro “abrazo de paz” no sea un mero cumplimiento, sino un compromiso en la construcción de un mundo humano y fraterno. Y que el Dios del amor y la misericordia ensanche nuestros corazones con su paz y nos haga sus mensajeros, y así la paz verdadera, la paz traída y dejada por Cristo, pueda reinar en nuestro mundo, de modo especial en cada una de nuestras familias. Amen.
