Marcos 9, 38-40: “En aquel tiempo Juan le dijo a Jesús: «Maestro, hemos visto a uno que hacía uso de tu nombre para expulsar demonios, y hemos tratado de impedírselo porque no anda con nosotros.» Jesús contestó: «No se lo prohíban, ya que nadie puede hacer un milagro en mi nombre y luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está con nosotros.»
Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.
En esta séptima semana del Tiempo Ordinario en la liturgia, continuamos la lectura del evangelio de San Marcos, tenemos para hoy la narración del capítulo 9, versículos del 38 al 40. Jesús, y sus discípulos, venían del norte de Galilea, pasan por Cafarnaúm, y van hacia Jerusalén. Dirigiéndose a Jesús, el apóstol Juan, hablando en nombre del grupo de discípulos, dice: “Maestro, vimos a alguien expulsar demonios en tu nombre. Pero se lo prohibimos, porque no era de nuestro grupo”. Entonces Jesús le dijo a Juan: “No se lo prohíban, pues nadie que hace milagros en mi nombre podrá hablar mal de mí. Quien no está contra nosotros está a favor nuestro”.
En este relato, Juan toma una actitud excluyente, la cual se suma a su aspiración de privilegios, porque espera ocupar una posición al lado de Jesús, en caso de que el conquiste el poder. Es una visión elitista, característica del Antiguo Testamento, descartada por Jesús y el anuncio del reino que el predica. La expulsión de los demonios significaba la liberación de las personas oprimidas y atormentadas. Los apóstoles habían fallado en esta acción liberadora, conforme al evangelio leído en días pasados, ahora, impedían que otros actuaran así. Con esto niegan el proyecto de Jesús.
Había grupos de discípulos de Jesús, posiblemente gentiles, que han actuado en su nombre, diferenciados de los doce que lo acompañaban. Los Doce, aquí representados por Juan, todavía están influenciados por la visión mesiánica segregacionista de la tradición del judaísmo y rechazan a aquellos que “no andaban” con ellos. Para Jesús, el camino no es “prohibir”, sino más bien, valorizar todos los gestos y prácticas liberadoras y promotoras de la vida, aunque sea fuera de la comunidad misionera. Hay quien piensa que el misionero es aquel que tiene la salvación y va a llevarla a los pecadores.
Sin embargo, podemos comprender que, a ejemplo de Jesús, cabe reconocer y solidarizarse con las manifestaciones de vida, de búsqueda de la libertad y de la justicia, donde quiera que se encuentren. En cualquier pueblo, realidad, cultura, y tiempo.
En comunión con Jesús estamos llamados a seguir, paso a paso, el camino de la fraternidad, sin privilegios ni exclusiones. Con la práctica de la caridad, seremos testigos del amor de Jesús y del Padre en el mundo. Pidamos al Espíritu Santo el discernimiento necesario para saber asumir responsablemente esta misión. Amen.