EVANGELIO DEL DÍA MIERCOLES 7 DE JUNIO DEL 2017  

       

      Marcos 12, 18-27: “En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús algunos de los saduceos. Esta gente defiende que no hay resurrección de los muertos, y por eso le preguntaron: «Maestro, según la ley de Moisés, si un hombre muere antes que su esposa sin tener hijos, su hermano debe casarse con la viuda para darle un hijo, que será el heredero del difunto. Pues bien, había siete hermanos: el mayor se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y murió también sin dejar herederos, y así el tercero. Y pasó lo mismo con los siete hermanos. Después de todos ellos murió también la mujer.  En el día de la resurrección, si han de resucitar, ¿de cuál de ellos será esposa? Pues los siete la tuvieron como esposa.» Jesús les contestó: «Ustedes están equivocados; a lo mejor no entienden la Escritura, y tampoco el poder de Dios. Pues cuando resuciten de la muerte, ya no se casarán hombres y mujeres, sino que serán en el cielo como los ángeles. Y en cuanto a saber si los muertos resucitan, ¿no han leído en el libro de Moisés, en el capítulo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Ustedes están muy equivocados.»

Reflexión: Por el Servicio de Animación Bíblica de la Diócesis de Ciudad Guayana. Responsable: Luis Perdomo.

La liturgia de hoy nos presenta al Evangelio de Marcos, capítulo 12, versos del 18 al 27, en el que se relata la diatriba de Jesús, con una facción del judaísmo: los Saduceos, quienes no creían en cosas espirituales ni en la resurrección, innovaciones funestas, según ellos, que debilitaban el espíritu nacionalista y el poder del aparato central. Su Biblia se reducía al Pentateuco, los cinco primeros libros del Antiguo Testamento, donde se habla mucho de los sacerdotes y nada de la resurrección.

La resurrección de los muertos es un término que entendemos muy mal. Cuando Jesús llamó a la hija de Jairo (Mc 5,2) o a Lázaro (Jn 11,1), ya muertos, solamente les concedió volver a la vida humana que llevaban antes. La niña volvió a sus sueños, Lázaro a trabajar su campo, y posteriormente tuvieron que morir otra vez. Esta no fue la resurrección que Jesús nos promete.

La resurrección significa, no una supervivencia de «algo de nosotros», sino una transfiguración de toda nuestra persona. A muchos les cuesta creer en la resurrección de los muertos por el concepto erróneo que se han formado de ella; no cabe preguntar si vamos a resucitar con estómago y vísceras, ya que en esa vida nueva no hay lugar para las funciones biológicas propias de los seres mortales, como el comer, dormir o el sexo; seremos en el cielo como ángeles. Pablo trata de darnos alguna luz respecto a este interrogante que debía preocupar a los primeros cristianos tanto como a nosotros (1 Cor 15,35-37); pero, aun con esas explicaciones, seguimos insatisfechos.

Si pudiéramos arriesgarnos en una comparación, parecida a la de Pablo, podríamos decir lo siguiente: Alguien que nunca ha visto más que las semillas de las plantas o de los árboles, ¿cómo se podrá imaginar una planta cubierta de flores o un árbol totalmente desarrollado? ¿Qué habría aparentemente en común, entre la pequeña semilla, a veces no más grande que una cabeza de alfiler, sin color ni vida, y la planta que ha alcanzado su madurez, adornada de múltiples colores y con sus ramas balanceándose al viento? Pero quien contempla un árbol o una planta, sabe muy bien de dónde ha venido esa vida que admira.

Del mismo modo es imposible para nosotros imaginar ahora lo que seremos en la totalidad de nuestro ser humano cuando tenga lugar la transfiguración a que Dios nos llama. Pero cuando se haya realizado, nos daremos cuenta de la unión vital que existe entre lo que seremos entonces y lo que somos hoy en día. Con esto entendemos el doble reproche de Jesús a los saduceos: No entienden el poder de Dios, y por eso lo que imaginan es sólo una caricatura de la resurrección. Pidámosle a Dios que nos envíe al  Espíritu Santo para que nos permita a cada uno de sus miembros, ser mejores personas y que nuestro testimonio permita a otros ser mejores ciudadanos y de esa manera construir la civilización del Amor, y así optar a la vida eterna.  Amen.